Túnica negra, de espaldas, virgen sin rostro, música, se mueve el
trono, se elevan los brazos sosteniendo la madera. Avance insignificante, mucha
gente. Se alejan. En Sol, a la vuelta, por la calle Correo, la casa de las
torrijas, de leche o de vino, 110 años haciendo lo mismo. Solera en el local,
de otro tiempo. Se acompaña con moscatel, a la temperatura del tiempo. Los ecos
de la procesión, se oyen, se ven, mas a lo lejos. La tarde es soleada y caliente.
De sábado a domingo pasa una noche. La mas importante para la fe. Se hace el
día, pasó la oscuridad, la Pascua de resurrección. Muchos la celebran. Yo atiendo,
de oyente. Beatriz Galindo, la Latina, consejera y maestra de la Reina Isabel,
la Católica, funda el convento de la Concepción Jerónima en 1509, y allí desea
que la entierren. Sus restos han viajado por las diversas ubicaciones hasta
llegar a Alcobendas. Un nicho en el coro los recoge. Allá están las monjas,
tras verja. En el recinto de la iglesia dos sepulcros vacíos, los de Beatriz y
esposo. Fecha de materialización, 1531. Gemelos de los que se encuentran en el
Museo de San Isidro. La iglesia es moderna, con paneles de madera, la preside
una bonita imagen de la Inmaculada. También un San Jerónimo, vestido y con
león. Pocos fieles, que a su vez parecen fieles al lugar y a la celebración. Las
hermanas cantan y suena el órgano. El sacerdote bendice y habla con acento
portugués. Todo lo demás es fe.
sábado, 22 de abril de 2017
johnson
Tarea ingente la que acometió James Boswell. Escribir la vida de su
amigo Samuel Johnson, escritor inglés, quien recopila es escocés. No pocos
comentarios acercan de las diferencias entre unos y otros surcan las páginas
del libro. Boswell (1740-1795) conoce a Johnson (1709-1784) en 1763. A partir
de ahí se entabla una relación cercana, epistolar y presencial, aunque ésta, no
con la frecuencia que ambos quisieran. Reuniones o algún viaje que paran la
escritura de cartas, en esos tiempos donde la gente escribía para interesarse
por los demás. El ingente volumen recopila esa comunicación así como mucha otra
intercambiada entre Johnson y otras amistades o personajes que aparecen por su
vida. Cuando se reúnen, Boswell intenta anotar todo lo dicho y cómo se ha
dicho. Vehemente en las discusiones, prima en Johnson un acusado sentido común
para discutir de lo humano y lo divino. La conversación a veces deriva en una competición
de oradores. Sobremesas o paseos, cortos viajes en carruajes, reuniones en el
Club, todo da para repasar y hablar sobre la vida. Cuando el diálogo es cosa de
los dos, “la conversación es la más feliz, sin competición, sin vanidad, sólo
un tranquilo intercambio de sentimientos”. Nació Johnson en Lichfield; allí en
su Catedral, está enterrada una extraña, eso dice la placa, alguien que murió
de amor por su padre, Michael Johnson; corría 1694, Elizabeth Blaney. Dicen que
hereda el hijo un carácter melancólico. Murió en Londres Johnson. Enterrado en
Westminster Abbey. En algún momento del
libro recuerda un epitafio leído en algún libro, de tumba ajena, pero que
quizás se hubiera aplicado a sí mismo, “estuve bien, estaría mejor; y aquí
estoy”
Life of Johnson. James Boswell. 1791
sábado, 15 de abril de 2017
retorno
Jueves de silencio, de procesión, de pasos a hombros y de pasos
cortos. En imágenes retransmitidas también para los que no se pueden desplazar
o huyen de las aglomeraciones. De penumbra también. El sol luce. Este barrio,
ajeno a todo, hasta parece que los pájaros hayan huido. Hasta las cotorras
invasoras, hasta el viento parece estar en calma, hasta los coches dan tregua. Hasta
los vecinos dejan de gritar, la vida en suspenso, se desplazó ésta a
carreteras, estaciones y playas. Viva el sol, el astro rey. El verano se
adelanta y el calor parece fuera de tiempo. Esperamos en los semáforos, otros
cruzan indebidamente, lo que yo hacía antes. El muñeco parpadea. Nos da tiempo
a cruzar. Bancos y sol, ligera brisa. Turistas que preguntan por metro o tren,
guías en mano. Sacaron los pantalones cortos, las bermudas, como si estuviéramos
en las islas del mismo nombre. Un carro de la compra encadenado a un árbol con
candado de moto, interior desconocido. Todo cabe en el Madrid que se despereza,
que monta colas en cualquier sitio, como en la Fundación Mapfre. Allí se exhibe
Retorno a la belleza, obras maestra del arte italiano de entreguerras. Rasgos de
clásicos italianos. Narices que caen rectas, rostros picassianos. Tras la
devastación de la Gran Guerra y ajenos a que vendrá algo peor, el arte sigue
pensando en plasmar vida. Dos plantas que recorremos lentamente, y un resultado
global magnífico. La fuente, lugar de comunicación y socialización, es un
hermoso cuadro de Gisberto Cerachinni, 1930. Retratos y desnudos. Ella lee
Dhely, y medita, es La muchacha sentimental, de Ubaldo Oppi. Más retratos
suyos, magníficos. Sorprenden los colores y figuras precisas de Antonio Donghi.
También hay objetos y bodegones. La escultura Nena de Arturo Martini, 1930,
sólo el busto, destaca entre los lienzos colgados. El Retrato de Renato
Gualino, de Felice Casorati, 1924, sirve de portada de la muestra y transmite
serenidad. Y la familia en la playa que reza el rosario de Cagnaccio es
fantástico en su composición, expresividad y materialización. Puestos a elegir
una obra me voy a lo pequeño, en tamaño, sencillo en composición, humilde en su
idea, el retrato, puro y simple, de pocas sombras, de mucha luz, es la
Jovencita de Donghi, de 1931. Grande en su mirada. La tarde es para la ira. Película
de Daniel Arévalo, premiada en Goyas, intensa, transmite desasosiego, transmite
dolor. Y es por eso que es buena, porque transmite. Es verdadera, no hay
artificiosidad ni excesos tan de moda. El viernes santo trae rumores de
procesión, o vía crucis. Ellas cantan, “no te importe la raza ni el color de la
piel”. Siempre hay que recordarlo. El mundo contiene la respiración, siempre lo
hizo. No hay una guerra global, hay varias pequeñas, sin final. Piso las calles
nuevamente de ciertos barrios, la Ardosa sigue preparando una tortilla en
condiciones. Y Roma debe ser una ciudad maravillosa. Así la plasmó en 2012
Woody Allen en sus vueltas por el mundo. Colores pastel para una comedia coral,
de equívocos y encuentros. Agradable como la tarde que invita a leer en el
parque.
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