Leer tebeos en la infancia, en lo bueno y en lo malo, siempre había
alguno que llegaba durante esas enfermedades que hacían crecer y soñar con
espirales vertiginosas. Tebeos de tapa fina y de tapa dura. Colores abundantes
e historias de capitanes y jabatos, o de soldados, o simplemente de personajes que
ya son leyenda, que saltan de viñeta en viñeta. Y sin saber muy bien cómo
descubro ahora que aquellos públicos, infantil y juvenil, a los que parecía
estar circunscrita la historia gráfica, se ampliaron hace tiempo. Y las hay,
novelas gráficas, más para adultos, es decir, lo que te puedan contar en miles
de líneas trasportado a dibujos y diálogos con anotaciones al margen. Paso las
hojas más pendiente al principio del texto que del dibujo. Pero el experimento
de ver sin leer también funciona. Y a veces repaso y vuelvo para atrás. La historia
es seria, todo un periplo de vida, la del padre del autor. Hasta los 90 años
vivo. El desenlace se conoce en las primeras viñetas, no importa. El desarrollo
de la vida merece la pena. Hay veces que el texto se esconde o se vuelve
onomatopéyico, y a veces el negro funde todo y sólo el texto preside. Otra forma
de contar historias. Prima lo escueto y lo que tú quieras leer en cuerpos y
sobre todo en rostros, presentados de cara, con expresiones que no necesitan
palabras.
El arte de volar. 2009 (historia contada por Antonio Altarriba y dibujada por Kim)
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