sábado, 14 de febrero de 2015

el arte de volar


Leer tebeos en la infancia, en lo bueno y en lo malo, siempre había alguno que llegaba durante esas enfermedades que hacían crecer y soñar con espirales vertiginosas. Tebeos de tapa fina y de tapa dura. Colores abundantes e historias de capitanes y jabatos, o de soldados, o simplemente de personajes que ya son leyenda, que saltan de viñeta en viñeta. Y sin saber muy bien cómo descubro ahora que aquellos públicos, infantil y juvenil, a los que parecía estar circunscrita la historia gráfica, se ampliaron hace tiempo. Y las hay, novelas gráficas, más para adultos, es decir, lo que te puedan contar en miles de líneas trasportado a dibujos y diálogos con anotaciones al margen. Paso las hojas más pendiente al principio del texto que del dibujo. Pero el experimento de ver sin leer también funciona. Y a veces repaso y vuelvo para atrás. La historia es seria, todo un periplo de vida, la del padre del autor. Hasta los 90 años vivo. El desenlace se conoce en las primeras viñetas, no importa. El desarrollo de la vida merece la pena. Hay veces que el texto se esconde o se vuelve onomatopéyico, y a veces el negro funde todo y sólo el texto preside. Otra forma de contar historias. Prima lo escueto y lo que tú quieras leer en cuerpos y sobre todo en rostros, presentados de cara, con expresiones que no necesitan palabras.

El arte de volar. 2009 (historia contada por Antonio Altarriba y dibujada por Kim)

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