A veces los espectáculos me dejan frío. Noche en el Teatro Lara, las once,
demasiado tarde. Alguno duerme detrás y no puede despertar cuando se encienden
los focos. Su pareja dice que no le llevará mas. Benditos sueños. Su cara es un
poema cómico, descoyuntado por el sueño. Mi esposa anduvo cerca. Muriel, Daniel
es un buen actor. Comprobado, pero es difícil enfrentarse a un monólogo a esas
de las horas de la noche y que el público reaccione. El tema es serio, la
agonía y éxtasis de Steve Jobs. La obra en su origen es de 2010, de Mike
Daisey. Y claro, el tema ya está manido y trillado. Apple subcontratando la
fabricación en China a empresas que tratan a sus empleados como basura. Ellos y
tantos, tecnológicas y de ropa. El mundo que no queremos ver. Algunos momentos donde
se intenta poner humor pero no es de recibo. Todos llevamos móvil, incluso
muchos llevan iphone. Suena casi a chiste decir al final que pensemos donde se
fabrica. La globalización nos acerca pero nos separa infinitamente de la
realidad social de los mundos de cuarta división. Una semana mas tarde vamos a
Las Ventas, es de noche, no hay toros, hay una carpa que una vez dentro te sume
en un ambiente que te hace pensar que estás en un teatro de toda la vida.
Pisamos el albero antes de entrar, allá en la barrera donde los morlacos
derrotan. Buena o magnífica acústica. Excelente sonido. Pero falla algo.
Presentan La Tribu, del ex tequila Alejo Stivel. Canciones rock/pop con estilo
flamenco. Y falla porque no se sabe lo que se busca. No me gustan los programas
de niños cantores. Sobreexposición en edad de juegos y frustraciones de padres,
todo junto. Dos niños, de voces excepcionales, pero con pocas tablas para el
baile y para llenar el escenario. Una de ellas muy pequeña, tanto que todos
están pendientes de ella. Una joven que parece desganada aunque su voz sea
increíble. Aparenta estar en un ensayo perpetuo luciendo curvas y cabellera. Y dos
adultos. Uno de ellos quiere dar el toque cómico y sale disfrazado de abuelo
cojo, parece que estoy viendo un programa de tarde de domingo, años 70. Y una
canción como el My Way de Sinatra la destroza no por la voz sino por su disfraz
de sevillana. Anacrónico. Sensación de verbena al final. Quieren animar al
público y no sé si lo consiguen. Estoy seguro que si los artistas se hubieran
sentado y hubieran cantado flamenco me habrían puesto los pelos como escarpias.
Pero moverse por un escenario y redondear eso que se llama espectáculo requiere
algo más. Una lástima. Llueve a la salida. Las gradas iluminadas, de la plaza,
la arena se riega sola. Los colores granates en burladeros, difuminados. Domingo,
nueve, volvemos al Lara. Algo de desorden, llenos asegurados, muchos sorteos,
cola para recoger o adquirir entradas. Colas, sinónimo de esperas. Les falta
algo para que el servicio al espectador sea completo. Aunque quedémonos con el
arte. Sala off, pequeña, de tono verde, escaleras abajo, en sillas heterogéneas
alrededor del escenario. Lleno para unos pocos. En primera fila, a escasos
metros de María Hervás. Única actriz. Espectáculo, sí, esto es otra cosa. Llenando
el escenario con su voz, con sus gestos, con su intensidad, con su risa, con su
llanto. No hay forma de quitarle los ojos de encima. No hay forma de no
escuchar. Confesiones a Alá se llama la obra, basada en la novela de la
francesa Sophia Azzedine. La historia de una joven pastora en Marruecos, la
vida de la mujer en mundos cerrados. La mujer sin derechos, sin futuro. Alá
como confidente, el que no habla pero escucha. Pocas esperanzas guarda la protagonista
pero alguna siempre queda. Su monólogo es descarnado y violento a veces, real y
brutal. Sus miradas a lo alto, al foco que parece deslumbrarla cuando se siente escuchada se acompañan de
reproches y súplicas, de denuncia de su miserable vida. Los aplausos se
encadenan al final y la actriz lo agradece con ojos de alegría. Joven con
futuro, fuera todavía de los grandes escenarios, fuera de los palcos que
deslumbran. Pero el saber hacer no tiene por qué ir asociado a las grandes
luces. Basta con un pequeño foco que deje al actor llorar con el personaje.
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