sábado, 1 de noviembre de 2014

de évora a badajoz

El fresco de la mañana en Estremoz. Casas blancas. Es lunes, restos de fiestas, barracas en desmontaje, cuestas para subir a lo alto del pueblo. Empedradas calles y muralla. A medida que se sube mas casas viejas. Dominando la vista una torre del homenaje, de 27 metros de altura, todo mármol, tiene el color del Exin castillos. A su lado blancos de Pousada e Iglesia. La estatua de la Reina Santa Isabel de Portugal preside la pequeña plaza, de espaldas al horizonte, hierática. Nacida en Zaragoza, 1271 y nieta de Jaime el Conquistador, muere en la localidad portuguesa. Una pequeña Iglesia, convertida en sala de exposiciones, acoge una pequeña muestra de artesanía local en homenaje a la Santa. Pintura, escultura, etc. A la salida de Estremoz abundan las canteras de mármol y los viñedos. La carretera nos conduce a Elvas, ya casi en la frontera. Pueblo de compras fronterizas. Antiguo centro de visitas para adquirir toallas y otras prendas, parece conservar todavía su importancia como lugar de comercio. Antes de llegar una visión de otro tiempo. Dos carros de gitanos, con caballos y como nueve o diez personas encima, niños y adultos. Movimiento al trote en contra del paso de los tiempos. La ciudad está fortificada y toda ella protegida del exterior. La Plaza de la República es blanca y hermosa. Pequeño rastro de viejo en su centro, se vende lo invendible. En ella la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Visitamos su interior y el museo sacro al que se accede desde un lateral. La visita cuesta 50 céntimos y nos acompaña un guía en silencio. Paseamos por el pueblo, dejamos el bullicio y seguimos el perímetro de la fortificación. Los azulejos de la Iglesia de Santo Domingo son bonitos y en la subida al castillo destaca la de las Dominicas, de planta octogonal, con todas las paredes cubiertas por azulejo y ocho columnas pintadas. En el castillo suenan las chicharras. Y descubrimos cerca una calle estrecha donde todo es blanco y las macetas todo lo inundan, verde y color. Donde los perros no se inmutan y la vida se detiene. El paseo toca a su fin y tomamos el coche. A escasos minutos la frontera, me alegra entrar en España, no sé por qué. Será el instinto de tribu, no domesticado.

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