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de évora a badajoz
El fresco de la mañana en Estremoz. Casas blancas. Es lunes, restos de
fiestas, barracas en desmontaje, cuestas para subir a lo alto del pueblo. Empedradas
calles y muralla. A medida que se sube mas casas viejas. Dominando la vista una
torre del homenaje, de 27 metros de altura, todo mármol, tiene el color del
Exin castillos. A su lado blancos de Pousada e Iglesia. La estatua de la Reina
Santa Isabel de Portugal preside la pequeña plaza, de espaldas al horizonte,
hierática. Nacida en Zaragoza, 1271 y nieta de Jaime el Conquistador, muere en
la localidad portuguesa. Una pequeña Iglesia, convertida en sala de
exposiciones, acoge una pequeña muestra de artesanía local en homenaje a la
Santa. Pintura, escultura, etc. A la salida de Estremoz abundan las canteras de
mármol y los viñedos. La carretera nos conduce a Elvas, ya casi en la frontera.
Pueblo de compras fronterizas. Antiguo centro de visitas para adquirir toallas
y otras prendas, parece conservar todavía su importancia como lugar de
comercio. Antes de llegar una visión de otro tiempo. Dos carros de gitanos, con
caballos y como nueve o diez personas encima, niños y adultos. Movimiento al
trote en contra del paso de los tiempos. La ciudad está fortificada y toda ella
protegida del exterior. La Plaza de la República es blanca y hermosa. Pequeño rastro
de viejo en su centro, se vende lo invendible. En ella la Iglesia de Nuestra
Señora de la Asunción. Visitamos su interior y el museo sacro al que se accede
desde un lateral. La visita cuesta 50 céntimos y nos acompaña un guía en
silencio. Paseamos por el pueblo, dejamos el bullicio y seguimos el perímetro
de la fortificación. Los azulejos de la Iglesia de Santo Domingo son bonitos y
en la subida al castillo destaca la de las Dominicas, de planta octogonal, con
todas las paredes cubiertas por azulejo y ocho columnas pintadas. En el castillo
suenan las chicharras. Y descubrimos cerca una calle estrecha donde todo es
blanco y las macetas todo lo inundan, verde y color. Donde los perros no se
inmutan y la vida se detiene. El paseo toca a su fin y tomamos el coche. A escasos
minutos la frontera, me alegra entrar en España, no sé por qué. Será el
instinto de tribu, no domesticado.
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