sábado, 1 de noviembre de 2014

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Entrada en Badajoz, día festivo, el de Extremadura. Calor, corre el aire en la sombra. Calles vacías y gente en los bares. De las primeras personas que vemos una de ellas es la misma que nos pidió dinero en Mérida hace unos días. El mundo es pequeño. Aspecto de simpático tenía el joven, su pareja e hijo esperando, nos dijo. Pillo o pedigüeño, despierto, de andar movido, viajero de ciudad a pueblo y viceversa. Aparcamos y buscamos el hotel. Se trata del San Marcos, recomendación de nuestros amigos Lola y Cipri. Acertada como otras muchas, para visitar su tierra. Repetimos número de habitación, la 211. Amabilidad en recepción. Tomamos unas tapas en Franqui’s. Empieza a ser tarde para comer pero las mesas en la calle no se vacían. Pasamos por el hotel. Nos dijeron que la habitación era tranquila y en verdad lo parece. Silencio en esta hora de la tarde, de sol empujando al oeste, al ocaso. Toca pasear. La Plaza Alta no es uniforme en sus formas ni homogénea en su conservación. Algún edificio en mal estado se contrapone a lo salvado y conservado. Entrada a la Alcazaba, el recinto amurallado. Conjunto defensivo de la antigua ciudad, la parte más antigua. Torres, almenas y turistas. Se atisba el Guadiana a un lado y la pintura granate y blanca de las viviendas de la Plaza Alta al otro. Recorremos la muralla. La torre de espantaperros es un antiguo campanario de torre sobre torre, hoy nido de cigüeñas. Llegamos hasta la torre vieja. Descuidados solares interiores y restos de mil cosas. Lugar que parece tener un enorme potencial, no aprovechado del todo. Cuestión de dinero y tiempo.  Pinos y palmeras en verdes jardines ganados para el disfrute de la gente. Columpios y toallas, y muchos niños. Paralelos al río sigue la muralla. El agua deja tierras en medio hasta donde los coches se llegan. Las caprichosas aguas se vuelven a juntar y enfilan puentes. Espectacular la visión del Convento de San José desde arriba. Blanco y restaurado en su portada principal, la piedra se torna beige después dando paso a un entorno de persianas a medio subir o bajar en medio de la necesidad de continuar la restauración. Después del calor sopla la brisa en la plaza que alberga la Catedral y el Ayuntamiento. Bonito espacio. Volvemos a lo alto para cenar. El dueño nos cuenta que abrió en agosto de 2013 y que el negocio subió como la espuma para luego bajar. La publicidad de El País ayudó. Se llama Doña Lucía y su terraza descansa bajo árboles a la sombra de las piedras antiguas. Especialistas en croquetas, 10 unidades por seis euros. Buenas todas, sobresale la patatera con miel. Simpático el propietario que se sorprende casi de ver turistas por sus calles. Dos días, dice, son suficientes. Paseo nocturno en esa soledad de ciudades de provincia en vísperas de laborables solo interrumpida por las terrazas todavía habitadas. Temperatura excepcional. Las salamanquesas se buscan la vida en las paredes iluminadas de la catedral. Como el perro que vaga, quizás se perdió del dueño. Apurando las horas, tiempo de dormir.

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