De Badajoz salimos con niebla, alta. Desayunamos antes en La Corchuela,
exagerados en las raciones. Hacemos un alto en Medellín, cuna de Hernán Cortés.
Una estatua allá donde dicen que nació lo recuerda. Pueblo pequeño desde el que
iniciamos una subida al castillo. Dura pendiente. En la mitad del camino
algunos operarios trabajan en las ruinas de Teatro romano que no se puede
visitar esta mañana de calor. No obstante hay ángulos en la subida desde donde
se atisba, rodeado de olivos. El Guadiana siempre presente. El castillo se
presenta imponente en lo alto. Desde la primera línea defensiva se ve el
coqueto y pequeño teatro mejor con sus restos de gradas. Ya en el coche de
nuevo atravesamos campos amarillos, salteados de árboles. Pueblos impensables
donde cuesta entender qué hacer. Partida de cartas al mediodía al borde de la
carretera. Bancos desiertos o con ancianos que ven los coches pasar. De repente
el verdor, las colinas se transforman en montañas y en Puerto Llano. De ahí
bajada a Guadalupe, colores y curvas. Llegamos a la Hospedería y encontramos
alojamiento. Espectacular sitio enclavado en la antigua enfermería del
Monasterio. En la calle se entabla una pelea por el cliente. Nos decidimos por
el Mesón Cerezo, de amable encargado. Comemos al aire libre con vistas a la
Iglesia. Ahí vamos después de la infusión. Estatuas orantes de Enrique IV y
María de Aragón en dirección al gran retablo que alberga la negra e iluminada
virgen. El público escasea. Una red protege de posibles desprendimientos del
techo. Muchas flores, probablemente restos de la ofrenda de hace dos días. Silencio
sólo roto por el trasiego de poner y quitar ramos. Grandes y ornamentadas rejas
separan el altar y capillas laterales del sitio reservado al público. Olor a
flor. Recorremos luego La Puebla. Empedrado con callejuelas estrechas. Soportales
y no. Rejas y balcones, mas plantas que flores, casi silencio y soledad. Alguien
atento a la tele, es el sálvame. La hora de la siesta, algunos gritos tras
puertas, poyetes para hacer un alto, para mirar. El cielo empieza a blanquearse.
Cuantas tardes de paseo por pueblos perdidos, fotos y dibujos, y pensamientos. Maderas
que sostienen estructuras ancianas, algunas remendadas o medio cimentadas. Tapas
horizontales metálicas para que los frontales no chupen el agua. Hospitales de hombres
y mujeres, mas empedrado y pendientes inverosímiles. Acabamos el recorrido en
el claustro gótico de la Hospedería. Sentados, música y pájaros. Ventanales abiertos
desde la primera planta. Volvemos a pasear. Sigue la calma. Cielo gris y calor.
Las señoras a la sombra en la calle. Hacemos tiempo para la misa de ocho con
cura joven. Pocas filas y traspasamos la reja. En segunda fila el retablo
adquiere otra dimensión. La bandera de Castilla y León, doble, sobre Enrique
IV. No hay homilía, sí incienso al final, también monaguillos, dos. Palabras y
rezos, voces en alto. El Ave María suena en la comunión. Sopla el aire fuera. Cenamos
en el Alfonso XI, solos. Preguntamos, las fiestas acabaron ayer. Hubo lleno. Nos
cuentan que llenan de octubre a marzo con cazadores venidos de Italia para la
caza del zorzal. Mas viento a la salida, vendaval, algunas gotas. Nadie en la
calle, silencio en la Hospedería.
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