Campos verdes y amarillos, HABLA dice el cartel publicitario, gigante,
ahí a un lado. Castilla la Mancha, rumbo a Extremadura. Un pueblo, Conquista
del Guadiana, parece uno de esos lugares creados en los años 50, descubro luego
que el Plan Badajoz es del 52, pueblo de casas blancas, ordenadas, de calles
rectas, sin historia. Pocos habitantes, una torre de Iglesia. Sensación de
vacío. Más kilómetros y enfilamos Mérida. Ambiente de pueblo, casas pequeñas y
balcones, plaza de toros, granate, hermosa y vieja. Al lado el hotel. Vettonia,
limpio y cómodo. Cercano a los lugares que visitar. Con nombre de región
preromana. Su herencia artística, la de los vetones, son los verracos de
piedra. Hay ambiente de vacaciones, aunque las fiestas estén recién terminadas.
Hay sol, calles estrechas y turistas. Comemos en Vía Flavia, enfrente de la hoy
sede de la Junta de Extremadura. Exótico nombre para un plato, zorongollo, o
ensalada de pimientos y mas cosas. Tras la comida recorrido monumental. Primero
la Alcazaba, fortaleza árabe. Duro el sol de esta hora. El aljibe se agradece,
frescor con doble escalera para llegar al agua. Peces ajenos a todo revolotean.
El agua se filtra, el río está cercano. Paseando damos con el templo de Diana,
imperial su aspecto en medio de una calle cualquiera. Único ejemplar de
arquitectura romana religiosa que perdura. Persianas que se mueven solas, de
esas enrollables, con recuerdos, ecos de conversación de tarde de verano. Amarillo
y blanco en pequeñas casas. El Museo Nacional de Arte Romano, obra de Moneo,
bien merece un buen rato. A la sombra y
acondicionado, en la cripta se sigue excavando y abundan las estelas
funerarias. Inscripciones para honrar a los muertos. Tres plantas por encima. Excepcional
la pintura del gladiador, lanza en mano, y el animal fiero que ataca, traída
del anfiteatro. Todo tipo de objetos. Decorativos y de vida normal, utensilios
y arte. Lucernas de todo tipo, la luz de la antigüedad. Grandes y pequeños
mosaicos, pinturas y esculturas, descabezadas muchas. Bustos solos, cabezas,
cabezones, hermosos, blancos. Bonita la estatua del Dios del tiempo infinito,
abrazado por serpiente. Exposición aparte dedicada al guerrero venido de lejos.
César Augusto, emperador romano funda la ciudad para servir de retiro a los
soldados veteranos (eméritos). Escultores anónimos de gran valía, se les olvidó
firmar sus creaciones. Cabezas limpias, de ojos blancos, sin marcar,
inmaculadas. Imponente el busto de Lucio César, niño, nieto del emperador,
traído del Museo de Cuenca. Pasamos por la Iglesia de Santa Eulalia, patrona de
la ciudad. La mártir fue enterrada allí, la cripta alberga restos de
excavaciones, y algunas pinturas del XVI que se vislumbran mal. De ahí al Circo
romano. Imponente en su desolación bajo el sol. Las gradas ya casi no existen
pero queda el vestigio que rodea la pista. El audiovisual habla de Diocles, que
ganó miles de carreras en cuadrigas y en bigas, reportándole fama y dinero, y
también a los que ya apostaban. El dinero siempre presente. Pisamos la arena y
las largas rectas parecen infinitas. En la entrada las responsables hablan de
una enamorada que cambió el amor terrenal por el de Cristo y del desesperado
enamorado que amenazó con volar el convento, que casi perdió la razón hasta que
la encontró en otro amor, y allá fue, con los frutos posteriores, a presentárselos
a quién ya estaba de vuelta de la vida mundana. Historias de ahora, que nos
dejan fuera de juego, de decisiones radicales y distintas, historias de
siempre. Va cayendo la tarde, que no el sol, y nos espera el Anfiteatro,
majestuoso también, escenario de luchas y gladiadores, también pisamos esa
arena después de atravesar vomitorios de piedras gastadas y paredes rozadas en
su día por vaporosas túnicas. Y al lado el famoso teatro, magnífico el entorno.
Gradas de plástico duro en algunas zonas, junto a las piedras originales. Escenario
en retirada, técnicos que trabajan. El festival acabó pero vendrán otros. Estatuas
que presiden el frontal. Sorprende la acústica, ¡Felipe, ven un momento!, dice
uno de los desmontadores. Las palomas se cobijan a la sombra. Y los árboles no
pueden ofrecer sombra, sólo contraste. La sombra en nuestro graderío de
ciudadanos medios nos la da la piedra con sol en retirada. Sombra en teatro que
no en coso taurino, ante el escenario desdramatizado. Piedras que tampoco
hablan, siglos de representaciones, esclavos que sueñan con ser libertos y
libertos que sueñan con algo más. La brisa pone el tono jovial. Olvido el
calor. Ella de pie, hace fotos. Me gustan las columnas que nada soportan,
vistas desde el patio. En la trasera jardines y de repente suena la música. Dan
ganas de venir a un espectáculo. Seguimos. Desde la casa de Mitreo, abierta y
techada, se ve la plaza de toros, centenaria; pareciera de cartón rojo y beige.
Algún habitante dentro. Fantasmas de toreros no. Se venden entradas, mañana
toca lidiar. La casa o palacio muestras
muchas habitaciones, mosaicos en estancias. Desde otra apertura se ve la
imponente Piedad de Juan de Ávalos, oriundo de la ciudad, inaugurada en la
glorieta que llevaba su nombre, hoy plaza Miguel Angel Blanco. Tras un breve
descanso en el Vettonia salimos a pasear, los lugareños lo hacen, y también
ocupan terrazas en la Plaza Mayor, las esquinas, cuatro, copadas por kioskos
similares. Acabamos en la Brasería Belloso. Empezamos con el bacalao. El camarero
nos dice que intentan dar calidad a buen precio y nos habla del tiravisor. Perplejos
caemos en la cuenta de que habla del TripAdvisor, la actual biblia del viajero
que te permite buscar y calificar. Dice que una mala nota necesita el remiendo
de ocho buenas. Con el paso de los días descubriremos que lo que nos había
gustado estaba lejos de similares platos. Lo que hace comparar. Una persona se
nos acerca mientras cenamos. Dice que se llama Agustín, sevillano, bien
plantado, no mal vestido, andares movidos. Clama que su mujer está allá abajo
esperando con algún hijo. Sin trabajo, pide dinero. Se despide con las gracias.
Y baja la cuesta sin signos de decaimiento. La noche es agradable tirando a
calurosa. Cruzamos el Puente romano sobre el Guadiana, mas de 700 metros. Extenso
el río y silencioso. Escasa luz, ni siquiera la luna ayuda, creciente o
menguante. Son las 10:40 y el alboroto sigue en la plaza, el ayuntamiento es de
1883. Granizada, femenina que no masculina, de limón, servida con aceitunas,
extraño acompañamiento. La luna a lo suyo, sin dar ideas de si viene o va. Descanso
merecido.
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