Dicen que el directo define a un artista. Y entonces habrá que decir
que Quique González sobresale en ese apartado, y que alcanzó el rango de superlativo.
Es bueno cerrar los ojos a veces en un concierto, no para dormir, sino para
escuchar además de sentir. Escuchar que la música suena no bien sino mejor. Que
el volumen es el adecuado, que no hay distorsiones, que no hay fallos de
sonido. Que parece que te hubieras puesto unos cascos para ti sólo y giraras
lentamente el mando del volumen hasta alcanzar ese punto donde la música no
tiene rival. Como generador de estados, de sensaciones, de escalofríos. Y más
cuando las letras dicen tanto como las del cantautor. Se defiende bien en todos
los terrenos, en los momentos más íntimos, en el rock más guitarrero, pero
donde sobresale es en ese abanico de música llamada americana que engloba el
sonido country y el folk más auténtico, con guitarras adecuadas a cada momento,
con violín y mandolina, con armónica y con una excepcional batería. Quique se
acompaña de otros cuatro grandes que disfrutan sobre el escenario. Profesionales,
eso lo dice todo, pero sin medias tintas, les gusta lo que hacen y lo
demuestran, se vacían. Más de dos horas de concierto, público entregado al
final, apoteosis y aplausos, y fotos. El directo como no es fácil verlo, en
Alcobendas, era viernes, 21 del mes de marzo de 2014.
Pastel de manzana en Airfriyer
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Hace 10 horas
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