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Porto-julio 2013
Camino de Oporto paramos en Ciudad Rodrigo, a pocos
kilómetros de la frontera portuguesa. Comida rápida, visita a la Iglesia del Hospital
de la Pasión y boda en la Catedral, cerrada al público. Ambiente de nupcias en la entrada y reunión de jóvenes cristianos
en paralelo a las jornadas mundiales de Río. Seguimos el camino hasta Oporto,
alcanzando el tranquilo Quality Inn de la plaza Batalha. Dicen que dedicada a
conmemorar una derrota, la de los lugareños contras las huestes de Almanzor.
Suenan las gaviotas que ascienden la colina desde la desembocadura del
adyacente Douro o Duero. Oporto se llena de cuestas y rezuma a ciudad vieja en
su parte más antigua. La crisis parece cebarse y se cuentan por decenas o más
la cantidad de edificios que se encuentran deshabitados, cerrados, o con obras
que empezaron y que no parecen acabar nunca. A pesar de eso la ciudad no pierde
su pulso y esta zona se empeña en mantener un par de arterias de vida comercial,
concurridas por lugareños y turistas. Muchas pastelerías, dulces atractivos y
una librería de cuento de hadas, la Lello, escenario de alguna escena de Harry
Potter, que deslumbra por sus escaleras inverosímiles. Se prohíben las fotos y
hay más curiosos que compradores. La estación de tren parece sacada del siglo
pasado. Conserva el aspecto de antaño con un vestíbulo lleno de mosaicos de azulejos
azules y blancos que presentan escenas de la historia portuguesa. Bajamos al
río, la otra zona que, alrededor del puente de Luis I, magnifica estructura, se
llena de vida y gente en sus dos orillas, la de Porto y la de Gaia, donde restaurantes,
mercadillos y bodegas del apreciado vino atraen al espectador. Las vistas de la
ciudad desde Gaia son espectaculares. El puente se cruza por dos alturas, imponentes
ambas con la visión del ancho río, esplendoroso antes de verter sus aguas al
mar. Hay vida en la ribera y los barcos de las principales bodegas se exponen.
Los logos gigantes se ven desde Porto, entre ellos el del famoso Sandeman.
Cenamos barato en bar ribereño con raciones amplias y esplendidas. Ya de vuelta
al hotel la plaza Batalha acoge reparto de cena para los más desfavorecidos
algunos de los cuales duermen en los soportales de un edificio abandonado. La
mañana siguiente nos despierta de madrugada con oleadas de agua que rompen
contra los cristales. La mañana es oscura y se aclara poco a poco lo que nos
permite explorar la ciudad de otra forma, desde uno de esos autobuses de dos
plantas, desde cuya plataforma superior se aprecia otra visión mientras uno se
adormece bajo el traqueteo del rojo vehículo. Montamos y bajamos a discreción.
Subimos a la torre de los Clérigos, más de 200 escalones para ver los tejados
rojos de la ciudad. Nos sorprenden a media subida las campanas ensordecedoras
que obligan a guarecer los oídos. En la calle destaca una escultura erigida con
motivo del 150 aniversario de la edición de Amor de perdición, la más
importante novela de Camilo Castelo Branco. El abrazo de un hombre y de una
desnuda mujer y el título de la misma hacen sugerente su lectura. El autobús
desgrana explicaciones y cuando no las hay se combate el silencio con el fado y
sus nostálgicos y melancólicos compases y sus letras de amores ganados y
perdidos. Comemos en plaza pública atendida por un simpático lugareño que habla
todos los idiomas mientras una pareja de ancianos, él con rostro marcado en los
huesos, con sombrero, y ella, ciega, a su brazo, piden monedas entre los
presentes. Una vez más la secuela de esta crisis. Degustamos el famoso vino en
sorbos pequeños y de varias clases y por último una visita al mercado municipal
el lunes por la mañana cuando despierta la semana nos confirma el estado de importantes
carencias de la ciudad. Pareciera que estamos muchos años atrás, con unas
instalaciones maltrechas y maltratadas por el tiempo, esperando una renovación
que no llega. Los puestos avejentados, muchos cerrados, estructuras
apuntaladas, las señoras trabajando su mercancía, a la espera de clientes, y
las palomas picando verduras en algunos sitios y apostadas dentro del lugar
como si fueran a iniciar una hipotética batalla contra el ser humano.
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