Llueve sobre Alcobendas, la última vez que vi llover fue en
Berlín, ha pasado tiempo, más de un mes, llueve igual, sobre seco y después
sobre mojado, llueve para abajo, la tierra huele igual, todo es igual, cambia
la expresión de la sorpresa, que no el pensamiento, cambia el idioma, pero el
rayo ilumina igual y los truenos hablan el mismo lenguaje. La vida sin agua no
tiene sentido ni realidad. A unos les gusta fumar, a mi me gusta ver llover, mientras
las nubes vienen y van, mientras todo se inunda de frescor, mientras la vida se
para por unos momentos, las calles se paran, los transeúntes se refugian,
esperando, mirando al cielo, de las pocas veces que se mira hacia arriba, y que
se puede mirar, sin la luz cegadora del sol, que fuerza a la gente a esconder
sus ojos tras gafas oscuras de sol, quizás para esconder su desesperanza o su
hastío o vaya a saber usted qué. Llueve y manda el agua, flotan las hojas, y el
hombre espera, uno de los pocos momentos donde el humano todavía no tiene la
última palabra.
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