Leo con verdadera avidez el libro. Lo primero que me viene a
la mente es donde estaba yo aquel día, 23 de febrero, lunes, y estaba en
Bilbao, estudiando en mi habitación del colegio mayor y ya era de noche y algún
compañero vino a dar la noticia y enseguida la incertidumbre, que no miedo, sí
lo era para algunos que esa noche abandonaron el colegio para huir a Francia,
temiendo por su vida y la de los suyos. Y entre radio y teléfono pasamos la
noche, esperando. Y cuando leo a Javier Cercas le doy la razón, no eran los
tiempos aquellos tiempos de salir a la calle a luchar por la democracia, nadie
se movió, pocos gestos, sólo cuando ya el golpe parecía fracasado se alzaron
las voces. Sería el miedo, sería la desesperanza, sería que el rival parecía
poderoso. (Sólo unos días antes Bilbao se movilizó contra el secuestro y
posterior asesinato del ingeniero Ryan por parte de ETA). Sí, me reafirmo, el
rival era de categoría y siempre se dijo que el miedo es libre. Todos en casa
esperando y salió bien, menos mal. Y el libro refleja la soledad del gran
protagonista, Adolfo Suarez, aquel cuyo gesto ante los golpistas marca el
libro. Sólo secundado por Gutiérrez Mellado y por Carrillo, esas imágenes dan
para muchas interpretaciones, pero una es clara, se jugaron el tipo por la
democracia. Y el libro sorprende por su amenidad y me sirve de repaso a la
historia, y descubro muchas cosas que desconocía, como la ingratitud para con
Suarez, cuyo reconocimiento llegó tarde, “falso y forzado”, cuando ya parecía
que su enfermedad lo había apartado del mundo. Y para finalizar, el epílogo, y
dentro de él su última sección, es antológico y no cierro el libro sin sentir
un escalofrío y algo más.
Anatomía de un instante. Javier Cercas (2009)
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