Nunca entenderé por qué los títulos de películas o libros no
son conservados. Y en vez de dejar el original y aproximar una traducción acaba
uno leyendo un libro titulado “Deudas y dolores”, el que originariamente se
titulaba “Dejarlo correr”. Y da igual, o no, porque lo importante está dentro,
pero se podían ahorrar la molestia. No busco títulos, se buscan contenidos,
persigo autores, reseñas, el mensaje no cabe en dos palabras de tipografía
grande. Segunda novela de Philip Roth, año 1962. A veces, pienso que parte de
la literatura americana del siglo XXI está aquí, en este autor, y en otros de
la época. Es normal, los pioneros abren caminos y sendas y los demás las
siguen, y es que las situaciones humanas, aún siendo infinitas, pueden acabar
condensadas en lo que ya sabemos, en las relaciones de pareja, en las
relaciones padres-hijos, en la crudeza del aborto, en el divorcio, en la pelea
por los hijos, en las casualidades, en los encuentros, emocionales y físicos, en
la búsqueda de un camino, en las ataduras del amor, en el psicoanálisis, en la
intromisión en las vidas ajenas, quizás huyendo de la soledad. Todo cabe, y el
tema judío sigue ahí, alrededor del que se gravita, como centro del sistema del
que es difícil escapar y que si se supera genera desconcierto y rechazo, como
el entablar una relación con una gentil, con la consiguiente reprobación
familiar. Y Roth agita todo eso con diálogo, con el teléfono como vehículo de
comunicación, con el recurso de las cartas, con el flash back, y con los
recursos literarios que le convierten en uno de los más buscados.
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