domingo, 27 de noviembre de 2011

una élástica

Morir con la camiseta del Barcelona. No es frecuente. Quizás alguien pida ser enterrado con sus colores. Pero de ahí a morir vistiendo la elástica hay un trecho, y más de forma violenta, la odiosa represión del fuerte sobre el débil, y más sin esperarlo, nadie se viste para morir, nadie sale a la calle pensando que el regreso no existirá. Se ven las franjas azulgranas y el escudo, en una foto, búsquela en internet, donde el muchacho, de edad indefinida, está tumbado, inerte y presto a dejar que su cadáver sea preparado para el último viaje. Es en Yemen, donde el presidente dictador firma su renuncia. Ya era hora. Uno más, una consecuencia más de la primavera, ahora otoño árabe. Tras 33 años de mandato, abandona. Y el pueblo sufriendo y muriendo. Los muertos son héroes, para el pueblo, que se olvidarán pronto, y horror perpetuo para la familia, que nunca será la misma. Podría ser Siria, es Yemen, podría ser una camiseta blanca, es azulgrana. De seguro que el fútbol era su pasión, de seguro que lo blanco del sudario no le molesta, de seguro que el blanco del pañuelo que envolverá su cabeza no le molestará. Los colores y las rivalidades se olvidan en el más allá, no hay constancia de duelos en la cumbre. Los muertos no se enteran, da igual que sean mártires que caen bajo la losa de pesadas tumbas en el más profundo de los olvidos, allá donde la tierra no habla ni los balones ruedan.
“Los muertos no saben nada”
Eclesiastés 9:5

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