viernes, 28 de octubre de 2011

palabras

El lenguaje del fútbol es impagable. Se aprende también. Y el pragmatismo convierte en broma la opinión de los que piensan que se valora el trabajo. No si no hay éxito. Y cuando no llegan los goles se empiezan a ver fantasmas, y si Messi no marca tras 270 minutos se piensa en lo peor. Y el absurdo de lo instantáneo convierte al fútbol en una mascarada alejada de la realidad de la vida, he dicho realidad, sí. Pero sentir rechazo no lleva a nada, porque me puede la pasión. Y el rechazo del defensa, que no rechaze, palabra que no existe en el diccionario, deja de nuevo el balón en posesión de los que lo quieren. Y el jugador que defiende encima al adversario, del verbo encimar, pero no le quitará la bola. Y basta que el Barcelona encime el partido (acabe, termine) sin goles ante el Sevilla, paradigma de frontón o pared principal que devuelve la pelota, para que surjan las dudas. Y no basta que el juego fuera excelente, subjetivo, no es suficiente para acallar al respetable periodista que al acecho busca grietas en el edificio que no se forjó en un día sino en base a firmes cimientos, no en día y medio de entrenamientos. Pero la espera no está de moda.

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