No sé que mueve a la gente a dar acogida en su casa a un bicho que hace ruido, que no te sigue cuando caminas por ella y al que no puedes bajar a la calle. Intuyo miserable la vida de un pajarraco enjaulado que chilla como un demonio hasta parecer querer volver locos a sus ocupantes y a los que no lo son, estoicos soportadores del absurdo ajeno. En tiempos donde el ruido es cuestión de debates en ayuntamientos y órganos de poder, donde su disminución se antoja y demuestra como beneficiosa para la salud, los hay que se empeñan en propagarlo, de forma gratuita, sin musicalidad ni gracia, sin libertad y con barrotes, cual preso del alpiste y de las profundas decisiones de origen desconocido que, a veces, toman los humanos.
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Hace 4 semanas
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