viernes, 3 de junio de 2011

sentado

Sentado y acurrucado, nadie sabe lo que estoy haciendo. Nieva tras el cristal, todo blanco, precioso. Nadie se lo imagina. Veo pasar postes, hierbas, praderas y colinas, casas diseminadas donde sus habitantes no saben de las vidas que se mueven en este trayecto. No quiero hablar, no quiero perder la cuenta. La vista se me adelanta y mis ojos quieren huir de las órbitas para llegar antes, para preceder al silbido de este tren, para llegar ya. Cuento minutos, uno detrás de otro, con voz imperceptible, pero hay pausas, que aprovecho para pensar en mi destino, en ella.

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