sábado, 1 de enero de 2011

¿será posible?

De nuevo la San Silvestre, esta vez con cambio de escenario, dejo Vitoria y llego a la Castellana. La vallecana acoge a 35.000 atletas, la corro por primera vez. Estupor ante la marea humana. Las salidas se producen en oleadas, separadas en el tiempo. En la espera, ánimo y papelitos, música y aplausos, ropa vieja al aire y al suelo, y a subir Concha Espina. A bajar Serrano y a correr. Mucha gente dentro y alrededor. Oscurece y se agradece el fervor del público. Los niños abren las palmas para recibir el saludo de los participantes. Se suceden las bajadas, se agradece el recorrido. Música para acompañar el sufrimiento en una cuesta que se hace larga, pero ya queda menos. Disfraces por doquier y ausencia de reivindicaciones. Algunos espectadores lo celebran con botellas, es el principio de la fiesta. Meta final y escalofrío al entrar. Una más. Sudor que se evapora en el metro, barra libre para acceder en Portazgo. Los trenes se apresuran a recoger corredores que se mezclan con los que buscan la cena. Poco a poco, el viaje hacia el norte da paso a la soledad. Cambio de tren entre pasajeros con maletas, personas solas o niños vestidos para la ocasión. Los destinos son conocidos y desconocidos. ¿Será posible?, dice la madre. La niña sonríe. Fotos de interior que reflejan la hermosura de labios pintados sobre la marcha. Un extracto del libro Mortal y rosa, de Francisco Umbral, que se puede leer en la pared de un vagón pone los pelos de punta. En Alcobendas se quiere echar la niebla, frío y ausencia de gente en las calles. Sólo coches y petardos aportan luz y ruido. La gente se refugia al calor del hogar. Por un momento, no parece Nochevieja, sólo un día más, el último del año nuestro, un día cualquiera del calendario de los demás. Todo es posible.

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