domingo, 19 de diciembre de 2010

un año

365 días, con todos sus minutos y segundos. Nunca he entendido por qué se celebran los aniversarios, los de la muerte, digo. Será por recordar. El recuerdo no entiende de años ni de dígitos, no es digital, es analógico, tiene forma de onda, con sus valles de pendientes que suben y bajan, onda de frecuencia cambiante, según el día, intensa o débil, onda que no se atenúa, hasta a veces se acrecienta la amplitud. Su cerebro generaba ondas, como todos. Creo que al final esas ondas estaban ya de vuelta. La última vez que le vi no sé si sabía de verdad quién era yo. Sus ondas habían perdido el sincronismo con la memoria o con vaya a saber usted qué. Intentó escribir también. Ahora sé por qué el primer trazo era así de grande y de rápido, era cuestión de empezar, para vencer el miedo de la inestabilidad que provoca el temblor creciente, que desemboca en no saber escribir, en garabatear cosas ininteligibles, en no saber escribir nada, en no saber plasmar esos pensamientos, en no saber transcribir esas aberraciones de lo que un día fueron ondas llenas de vida. El día 366, o el día después del año después empezará como todos, con tu ausencia tras aniversario incomprendido.

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