viernes, 3 de diciembre de 2010

seguro

El mundo de la publicidad es a veces apasionante, cuando crea verdaderas obras de arte de escasos segundos al servicio de la promoción de la venta. Otras veces, atenta contra la inteligencia de los espectadores, causando vergüenza ajena en éstos, que no entienden si los publicistas intentan captar la atención de algún sector de la población con mente obtusa. Vender seguros de decesos, o de muertos, no es fácil. El otro día recibí una llamada de alguien que quería venderme el seguro de los muertos. Yo de pequeño no entendía a qué venía a mi casa cada mes alguien a cobrar el seguro de Santa Lucía. Lo entendí hace poco, cuando dejas que alguien se encargue de todo tras años pagándolo todo. Pero cuando la amable señorita me recitaba por el auricular las ventajas de su aseguradora, me sentía desprotegido y estúpido. Todo tipo de ventajas para un muerto, ventajas que nunca podrá valorar en su justa medida el finado. Todo tipo de detalles para que el último trago sea menos amargo. Con sensación extraña le dije que me llamara dos días más tarde, para pensarlo. No sé qué hay que pensar aquí. Será por lo de dilatar el futuro. Mientras pienso, vivo. Y mientras vivo, no necesito seguro.

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