viernes, 9 de julio de 2010

el viaje

Es difícil saber por qué la gente viaja. Yo sí lo sé. Viajo porque no quiero hacer otra cosa. Y viajo pidiendo, y mis ojos hundidos me delatan y cuando me miro a un espejo descubro que se hunden al ritmo del resto de mi cara, que deja ver unos pómulos salientes que parecen ocupar todo, y es entonces cuando me veo rebuscar entre las sobras de los demás y me veo dando la mano a un desconocido que se ha perdido y que no encuentra donde está, y no pregunta y yo lo hago, y le digo que de donde es, en el lenguaje universal, y le ayudo a encontrar su camino, y le pido una moneda porque vivo en un parque, digo, y es verdad, y dormiré allí hasta que me muera, y eso será hoy o mañana o dentro de mucho, y así es, me encontrarán, todavía más demacrado, apagado como una vela que repiquetea bajo un techo de luces, símil de noche estrellada que se apaga poco a poco, sin interruptor. Me acuerdo de ese cielo artificial. Yo era pequeño y no era azul, era rojo, digo el cielo, y me quede anonadado viéndolo, y pensé que así deberían ser todos los techos de este mundo. Y allí había un tío que no dejaba de hablar sentado en un sofá muy alto, de color rojo, y enfrente suyo, una señora asentía y se reían juntos, y él no paraba de mover su cabeza de un lado para otro. Parecían felices. Y así como aquella imagen llega a mí y se desvanece, estrecho otra mano que no me hace ni caso y da igual lo que diga. Y se apartan de mí, como de un apestado, al que nadie quiere, sólo yo mismo y cada vez menos. Y el cielo rojo vuelve a mí cuando el parque y su noche me envuelven y pienso en todo y en nada y me acuerdo de todos y de nadie y esta noche no se ven las estrellas, maldita luz de la ciudad. Pero las pinto con mi cabeza y me veo a mí mismo riendo en un sofá rojo, feliz como aquel, con alguien a mi lado, y descubro con alegría que me estoy durmiendo. Despierto por un segundo y sigo durmiendo.

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