domingo, 11 de julio de 2010

más en amsterdam

Mientras tomaba algo sentado en una terraza, enfrente del zoo de Ámsterdam, un señor se acercó a la terraza con la que parecía su señora, arrastrando ambos unas pesadas maletas. Escogieron una mesa apartada, yo pensaba que con el objeto de sentarse. Él parecía mayor y cansado. Pero permanecieron de pie y sin querer, acabe fijándome en lo que hacía. No era otra cosa que la que hace cualquier artista antes de empezar su trabajo. Prepararse, pintarse los mofletes, tapar su cabeza con un gorro, tocar su nariz con la roja de los payasos y embutirse en una de esas batas o sabanas de llamativos colores. Todo artista debiera tener su camerino, pero los callejeros a veces no son considerados ni siquiera artistas y probablemente éste rincón era su camerino particular. El payaso, tras pintarse se dirigió a la entrada del zoo y las maletas se transformaron en asientos y ambos se sentaron, plantaron la sombrilla para protegerse del sol y él empezó a hacer animales con globos. Me imagino que habría mas y luego vendría la música o la actuación. Al doblar la esquina se encuentra el Hollandsche Schouwburg, un antiguo teatro, en su día utilizado por los nazis como centro de deportación para los judíos. Hoy en día, alberga un monumento a los judíos asesinados en aquellos años. El museo de la resistencia holandesa contra la invasión nazi, en la misma calle, cuenta cuanto les gustaba a los oficiales alemanes el visitar el zoo y cuanto necesitaban ese espacio los judíos para esconderse junto a los animales. Al fin y al cabo, eran tratados de la misma forma. Sin la barbarie, el teatro posiblemente seguiría hoy existiendo, los camerinos no podrían ser usados por nuestro protagonista, pero por lo menos no tendría que recordarnos lo cerca que a veces estamos de perderlo todo y convertirnos en bestias, bien desnudas o disfrazadas bajo elegantes uniformes.

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