martes, 6 de enero de 2009

san silvestre

Aprovechando el nombre de aquel remoto Papa que no sabía qué era esto del running, miles de personas se lanzan a las calles en ese día que cierra el año para en matinales o tardes, acabar el año deportivamente, antes de uvas, despedidas, entradas, bienvenidas, mensajes y demás parafernalia. La San Silvestre vitoriana, una vez más, con pésima organización en la llegada, ausencia de chips, clasificaciones, embudos insufribles y casi nulos regalos para el precio pagado, tiene una particularidad curiosa, porque aparte de compartir asfalto con personajes variopintos, aquellos que se disfrazan de cualquier cosa aprovechando el ambiente festivo, o con aquellos que protestan por las condiciones laborales al viejo grito de “obrero despedido, patrón colgado”, se hace obligatorio el compartir carretera y manta con aquellos que a sus espaldas portan fotos de presos etarras, supuestos luchadores por la libertad. Así que es mejor dar un acelerón en cualquier momento para evitar que la sonriente foto del condenado te interrogue y te diga eso de yo en la cárcel y tú corriendo, intentando ablandar tu conciencia. Será que somos civilizados y que tenemos más dignidad que esos runners, porque si no fuera así, la alternativa sería apartarlos del asfalto y después de arrancarles las fotos, preguntarles si entienden eso que se llama asunción de responsabilidades y sufrimiento ajeno. No lo entenderían. Ellos a lo suyo, cual animales o alimañas, a las que por cierto, también se les da bien correr. Mientras sus “amigos” atentaban de nuevo en la mañana de fin de año, a distancia, un señor de Lepe, restaurador, preparaba la mesa para invitar a cenar a unos cuantos emigrantes. Buenas y malas personas, así es la vida; para quien siga buscando el espíritu de la Navidad, en un restaurante de Lepe le darán la respuesta. Lo demás sobra.

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