viernes, 31 de octubre de 2008

mundos

En nuestro pequeño mundo hay un valor intangible, de esos que no pesan, que se palpa tras la red; es la ilusión, la ilusión de los niños, que ríen, lloran, corren, se calzan las botas y entran como rayos al campo, con los ojos abiertos, sonriendo la mayoría de las veces, niños que pasan la noche previa en vela, aquellos cuyos nervios se sienten en el vestuario, aquellos que están deseando que empiece el espectáculo. La ilusión se pierde a medida que uno crece, o por lo menos, no se exterioriza de la misma forma, los rostros se van tornando más serios y responsables, y para muestra, el botón de los adultos, a los que nos cuesta enfatizar nuestra voz y darle vida a la jugada. Afortunadamente, esa temprana ilusión puede más que las injusticias, que también ocurren en nuestro pequeño mundo. Quizás, éste nos protege de esos otros mundos, lejanos y cercanos, donde a veces parece que la injusticia y la maldad campa a sus anchas, y ante la que la ilusión parece no ser sino una gota de agua en el desierto.

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