martes, 17 de junio de 2008

diálogo improbable

Nunca tuvimos mucho tiempo para hablar o la vida nos traicionó justo ahí donde debía comenzar el tiempo. Desde aquí, en la soledad de mi casa, de la nuestra, percibo la existencia como una cuesta de inmensa pendiente que en algún momento será tan vertical que será imposible remontarla y acabaré perdiendo el inestable equilibrio y caeré al vacío perdiendo la conciencia antes de encontrar tierra. El pasillo de la casa se convierte en una autopista inmensa que me cuesta recorrer cada vez que alguien llama a la puerta. Ahí se nota la vida a cuestas, con unas piernas mías que ya no soportan nada, ni el peso, ni el calor, ni las pastillas. Ahora entiendo tu aceptación final, primero porque es inevitable y segundo por el cansancio, no de vivir, pero sí de ese mendigar días o meses de vida a cambio de sufrimiento, dolor y médicos. Lo que tú no conoces es la soledad. Yo no sé allá donde estés, si es que estás, si tú hablarás con alguien o podrás compartir algo. Pero aquí la soledad se puede rasgar. Empieza de madrugada cuando el sueño se aleja y el reloj confirma lo que la oscuridad me ha anticipado. Continúa con el despertar real, con las primeras luces y a partir de ahí ya se convierte en crónica. Las palabras se amontonan en la mente y no tienen válvula de escape. Por mucho que pueda salir y hablar con alguien en la tienda o en el parque, ya nada es lo mismo. Es el sentimiento de presencia contigua lo que atenuaba ese sentimiento y es esa ausencia la que la amplifica. Recuerda que algunas veces imaginamos esta situación, pero ahí de nosotros, que ilusos éramos o que pobres de imaginación. Qué lejos de la realidad quedan aquellas palabras. Ésta es tozuda y se empeña día y noche en que las pisadas sean únicas, en que la puerta no se abra sino es por mí mano y en que el espacio sólo se llene de voces ajenas, ya conocidas, por supuesto, que nacen de la televisión o de la radio, o de aquellas personas que de tanto escribir en el periódico, una ya les pone cara y voz, aunque ésta no sea sino una modificación de la propia.
Así pasan los días, esos que estaban obligados a ser refugio para nosotros y para nuestras cosas. Será traición sí, será el destino, ahora la gente se empeña en el absurdo de demandar a Dios. Será su culpa. Pero ya de nada vale lamentarse. No es una situación de la que se pueda aprender algo porque es irremediable, no hay vuelta atrás, no volverás de entre los muertos para decir hola y si lo hicieras sería yo la que abandonaría éste del susto. No, no vas a aparecer por el pasillo, será mejor que no se te ocurra. Me conformo con hablar para mí, a veces, hasta vocalizo la conversación, hasta oigo mis palabras, reverberando en el aire de la cocina o del salón, esperando respuestas que no llegan, por lo que me pongo a imaginar tu respuesta, basada en mi conocimiento de ti, por supuesto incompleto, porque no habría tiempo en el mundo para ello, no porque seamos tan complejos, que lo somos, sino porque siempre guardamos cosas, siempre dejamos puertas cerradas, no somos un libro abierto, aún en la entrega más absoluta, nuestra alma se cierra en banda y protege al niño que cada uno lleva dentro, para que no sufra, para que no se vea acorralado. Se nos ha escapado el tiempo, cariño. Se escapa entre cenas, comidas, en la vida diaria, rodeados de hijos que abandonan el barco poco a poco, en silencio o no, y aquí nos quedamos los dos, te acuerdas, con la puerta cerrada, casi llorando. Y todo para que tú también te escaparas tan rápidamente.

Nada hay más amargo como saber que no puedo llenar tu vacío ni tu soledad. ¿Qué se puede dar cuando ya no se tiene la vida? ¿Qué se puede dar a cambio para poder estar ahí? No hay respuesta para mis dos preguntas. Sólo esta desesperación transitoria que me entra al dialogar contigo hace que una sombra recorra mi mente lúcida y serena, y me haga preguntarme cosas que sé positivamente que no pueden ser resueltas de ninguna forma. Desde el otro mundo uno descubre lo agotador que puede resultar vivir, sobre todo cuando uno se enfrenta a una salud cada día más quebradiza, lo que hace que casi empiece a desear el abandonar ese lugar. La conclusión para llegar a esto se basa en la comparativa con mi situación actual. La palabra paz se asocia a un estado que nadie del reino de los vivos es capaz de vivir tan profundamente como yo la percibo actualmente. El diccionario se queda corto pero aquí ya no se actualiza, no importa, simplemente se está en esa situación donde uno ya ni sufre ni padece, aunque esa paz por sí misma albergue, filtre y asuma todos esos sentimientos que todavía surcan mi mente de vez en cuando, sin medida de frecuencia ni de tiempo, como en un sueño. ¿Gozar? No es la palabra. No encuentro una definición. Cómo cuando alguien abría una botella de vino y decía qué bueno está. Este diálogo y su amargura no me puede ya matar. Te esperaré.

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