jueves, 31 de octubre de 2024

perezoso

Le llamaban perezoso y él no se defendía. Solo cansancio se decía a sí mismo. Se encontró con Agripina, hablaron y dejaron de hacerlo, sin despedirse de verdad, sin saber que no la vería más. Luego coincidió con alguien a la que reconoció al cabo de unas palabras dichas en alto con un acento diferente, su cuerpo estaba ceñido por ropas ajustadas y sus ojos no podían ser más grandes porque si no ocuparían su rostro entero, la imaginación se le desbordó al quedarse sólo de nuevo. Siguió buscando personajes en su paseo, imaginando colores en sus vestimentas, pensó que todos vestimos de la misma forma, monótona. Encontró a la dama del pelo blanco que recitaba el ruega por nosotros periódicamente, con cara de serenidad y hasta sonriente, el marido llevaba el transistor en la mano, radiaban el rosario mientras ella empujaba la silla de su madre anciana. Se preguntó cosas y no supo responder a ninguna. Llamó a alguien y esa llamada duró 29 minutos y 34 segundos, le hubiera gustado redondear la cifra pero se le habían acabado las palabras, a ambos.
Se encontró con una protesta de gentes que andaban y conducían tractores con lemas a favor de la tierra y el medio ambiente, los mismos que no apagaban los motores ahí parados un buen rato y que perturbaban la vida con sus insolentes cláxones, predicar con el ejemplo siempre fue difícil.
Llegó a su casa aturdido por el ruido y por lo que olvidamos y por lo que dejamos de hacer. Puso la tele y llovía lejos y venían riadas de muerte y destrucción y los que tanto saben y no saben nada daban sermones y repartían culpas y buscaban carnaza para alimentar al televidente; y tras apagar todo vestigio de civilización dejó que ahora sí le llegara lo que algunos llaman pereza.

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