sábado, 14 de enero de 2023

olas

El sábado que nace con nubes que llueven sobre Lisboa escuchamos a un violinista tocar en un local que vende pastel de bacalao. Estamos en Obidos, pueblo amurallado con encanto, con calle comercial y con calles de verdad, con ginha que se vende en todo tipo de recipientes y con colores blancos, amarillos y añiles en las casas. El empedrado se llenó de verde y en la librería también venden fruta. Y en la península de Peniche hay acantilados, olas, viento y un cielo encapotado que sin previo aviso descarga sin piedad. Todo debe esperar, cielo y mar son todo uno, todo agua y la tierra se anega con nosotros. Quizás sus habitantes estén acostumbrados y no piensen que ha llegado el fin del mundo. 
En la noche un poco de fado, de guitarras y voz. 
Después de la tormenta llega un tanto la calma. En Monsanto hay un mirador que fue discoteca donde el arte libre se ha impuesto, donde las vistas llegan lejos, donde vuelve el agua y desde donde partimos a Estoril. Todo es mar aquí, mejor dicho todo es océano, todo me hace renacer, el ruido incesante de las olas y el viento, ruidosos. De Estoril a Cascais hay un paseo donde jugamos a no mojarnos, a esperar que rompa la siguiente ola, donde fotografiamos lo imposible y donde no queremos huir de lo infinito. Todo es admiración y lo será más en la boca del infierno donde hay rompeolas y cuevas y donde el agua aún quiere subir más para asombro de los que allá estamos sin entender cómo se mueven los mares.

No hay comentarios: