viernes, 27 de mayo de 2022

monasterios

Un fraile de ojos que clarean y de piernas que no le siguen nos recibe para decir que el horario por esos lares no existe, eso es cosa del mundo de prisas que habitamos así que las puertas no se abren a la hora, así que nos vamos y ahí quedan los restos de Babieca, leyenda o realidad, en el jardín. Es San Pedro de Cardeña. Las carreteras se estrechan, se ensanchan, se sube, se baja, pequeñas colinas, curvas a derecha e izquierda, un placer el conducir, todo para alcanzar las piedras incompletas de otro monasterio, un conjunto que perdió partes, pero que mantiene la estructura, y leyendo los paneles, y sobre todo imaginando, podemos oír los pasos de aquellos que lo habitaron; se presenta al borde del río, como la ermita de San Pelayo, que cuelga sobre las aguas. Este San Pedro es de Arlanza. Llegamos por asfalto, seguimos por sendas, refrescamos las manos en un río que no es imaginario ni leyenda. Y así, montando y desmontando, viajamos por caminos del Cid, de hazañas y destierro.

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