Nos pasamos la vida hablando, haciendo
planes. Pensamos que lo somos, inmortales, sabiendo que no. Qué te llevarías a
la isla desierta que nunca visitarás. Qué harías si supieras que te quedan ese
par de días o de semanas. El momento de la parca, indefinido, siempre. Dicen que
un síntoma de que ya no queremos seguir es dejar de comer. Por eso, antes de
que eso pase, hay que tomar decisiones, como desayunar picatostes con chocolate
un domingo de confinamiento, o viceversa. No sé que me gusta más. No es la
mezcla, es cada cosa por separado. Y también, seguro, hay un recuerdo,
ancestral, de hace décadas, de cuando era una sorpresa, de verano o de
invierno, que todo vale. Que oigo voces, que hasta puedo oler, o escucho
chisporrotear algo. Que te pongas las zapatillas. Que no se puede ir descalzo. Que
la corteza de limón anuncia cuando está listo el aceite. Que éste no se queme,
que el pan tampoco. De cuando no había que mirar los hidratos ni las grasas,
sin necesidad de saber qué era una caloría, infantil la ignorancia, que comer
era comer. Y todos alrededor, cada uno disfrutando a su manera, de lo suyo, o
con los suyos. De cuando, reconozcámoslo, éramos felices.
Pastel de manzana en Airfriyer
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Batir 1 huevo, un chorrito de aceite, otro mas grande de leche, una
cucharada de Royal y harina hasta que quede una crema. Pelar una manzana y
cortarla en ...
Hace 5 horas
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