sábado, 11 de enero de 2020

parásitos


La película transcurre apacible, sin más, y de repente el sobresalto, el giro, la tuerca que se deja mover y todo se transforma. Dicen que los guiones dan vida y aquí sucede. Vidas de sobra para moverse por terrenos pantanosos, para mezclar géneros, para que venga el diluvio, para que todo cambie, para que nadie se sienta seguro ni satisfecho, ni medianamente tranquilo. Buena película, inclasificable, Parásitos. El cine se llena de lengua que nadie entiende, pienso. Un perfecto coreano, quizás, subtitulado, en letras blancas sobre fondos que cambian. Y un inciso, será que soy mayor, pero cada vez soporto menos al prójimo en el cine, que se mueve, que carraspea, que tose, que cambia su cabeza, que da patadas por detrás, que bebe o que come. Por eso, el hogar, sin oscuridad, se transforma en la pantalla ideal. Ahí veo El Autor. Una Sevilla diferente, alejada de tópicos, de calma chicha y ventilador, de calor que se siente, es el escenario para otro sutil guion que también termina por descuadrar al espectador, que esta vez escucha nuestra lengua sin letras añadidas, sin más.

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