Nubes que vienen del sur y
que quieren tapar el sol. ¿Oíste las gaviotas que madrugan? Humos de chimenea y
grúas que ya estaban. Hay dos colores cerca del mar, el cian y el blanco. El primero
quiere imitar a los infinitos tonos marinos y el segundo reluce al sol.
Brighton por la mañana es paz y aguas suspendidas, corredores, runners,
bañistas intrépidos o insensatos, y evocación de tiempos pretéritos. El sol que
quiere, él que puede. Y sentados de otra forma encima de la Madeira Terrace
parece que todo se puede.
Viajando a Saltdean ya sé
por qué el mar es cian. Y hay verde y agua y nubes que vienen y descargan sin
piedad. Con viento que rompe paraguas, con pub patriótico en Rottingdean. Y ciegos,
desde el bus no se ve dónde estamos, llenos de gotas y vahos. El mundo se derrama
y es de noche y es temprano, será día allá lejos. Luego guitarra y más. Son casas
blancas. No sé si se oye todo más allá de las ventanas. Sí se oyen acordes y
hasta se escuchan silencios y se grita gol sin fútbol.
Al borde del mar las casas
se dan la vuelta y las olas luchan por alcanzarnos.
Será en la mañana siguiente
cuando después de desayunar andamos para alcanzar pueblos que comparten la
orilla del mismo mar. El que hace unas fechas movió piedras que ahora llenan el
paseo, creando escenarios nuevos y alcanzando objetivos no imaginados. No subestimar
la fuerza de las olas que hoy parecen inocentes. Bicis, patines, corredores y
paseantes. Domingo al sol. Buscamos comida, no encontramos el asado de domingo
y acabamos con especies indias que despejan la mente. Subir la cuesta de nuevo,
decir adiós a la casita blanca, verles en la ventana, esquivar la lágrima. Todo
antes de tomar un tren que nos devuelve a la noche del domingo. Todos vuelven,
atestado, unos cansados, otros satisfechos, habrá de todo, compartiendo la
luna, más redonda, más blanca, más luna.
Volviendo sin ver lo que
sucede ahí afuera. Respirar a pleno pulmón, la suave brisa. ¿Viento de cola? Es
una sensación. Acabando a Auster llegamos a Madrid.
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