lunes, 11 de noviembre de 2019

más brighton-1


Hay caras que nunca he visto. Es el Aeropuerto. Y caras que no volveré a ver más. Oscuras, claras, de pelo recogido o tapado. Familias enteras que se mueven, jóvenes, mayores, vidas únicas. Afuera se agitan las banderas por el viento. Y se mueven las hojas, y se proyectan sombras sobre el suelo. Hay señora con dos perros que vuela a Los Ángeles. Algo me he perdido. O quizás sea yo el que lo está. Niño que llora, anciano con bastón, espacio cada vez más reducido. Y volar, y subir, con movimientos, cada uno hace lo que puede.
Alguien come magdalenas. Arriba no hace viento, por encima de nubes, borrascas y vendavales. Qué alivio. Y siempre hace sol, siempre que es de día. Y siempre nos quieren vender algo y yo nunca acepto. No quiero beber, pagar, comer. Quiero escuchar, quiero llegar aunque acabemos de salir.
Todo en colores, escribo sobre el 10 de enero de 2005, y sobre el 11, y hasta sobre el 12. Como le gustan las magdalenas a la gente, a mí también pero no puedo. Cada vez más mi letra se parece a la de mi padre, decidida, temblorosa a veces.
Se pintó las cejas, seguro, ella. Como los labios, vistos de cerca, ampliados, tienen surcos, ramblas, líneas horizontales y perpendiculares, todo por un beso.
Colecta para recaudar fondos para luchar contra el cáncer. En un avión, en un pasillo, como en misa, quizás se rece más aquí que delante del altar.
Y como si Dios hubiera tocado el interruptor de repente se fue la luz, noche y oscuridad al este y el sol que se aleja por el oeste. Se me hace largo aunque el primer libro de Auster enganche.
Ahora en tren, amapolas en la solapa. Gente y gente. Llevas una tarta, pregunta alguien. En perfecto castellano.
Y ahí están ellos, esperándonos. Y feria y juegos, y fuegos, atracciones de verano en el casi invierno. Y vemos casa nueva y cenamos en griego. Y hace frío y no vemos el mar, todavía.

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