domingo, 13 de enero de 2019

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Ruido de coches en la madrugada de Sevilla. No es el aislamiento el fuerte de este hotel. Desayunamos bien en el bar Galería, el pan es sabroso. Los niños van al colegio. Andando o en bici, o en bici de paquete, haciendo equilibrio de pie, con madre y hermano. Sin casco, ecologismo irresponsable. Quizás sea el adjetivo apropiado. ¿Hay ganas de volver? Apuesto que no, alguno llora. Frío y autobús a Itálica, de los articulados. Huele a bus mientras pasamos por rotondas, almacenes, huertas con cobertizos, caballos, casas inacabadas y carteles obsoletos. Camas parece un pueblo destartalado con escuela taurina y polígonos industriales donde duele la vista. Hay suelo en venta, me pregunto para qué. Hay naranjos de fruto amargo que parecen mezclarse con olivos. Ya llegando al destino, Santiponce parece más ordenado.
En las ruinas de Itálica hace mucho frío. No hay forma de guarecerse, ni en el anfiteatro ni en las estancias abiertas. Buscamos el sol. Hay mosaicos y piedras de otro tiempo junto a cipreses que jalonan las calles. Pisamos las piedras que otros pusieron y que el tiempo desgasta. Imaginamos bestias y luchadores, o condenados a morir. El albero tiene color de maestranza. En el autobús de vuelta descubro que hay multitud de placas solares en las casas y chalets. Buen acierto, el sol no falta aquí a su cita. Este viaje muestra otro Camas, no hay nada como tomar la calle concurrida, de comercios y de gente que vive el día a día. Descubrimos también otro río, el Guadaíra, afluente del Guadalquivir. Inmenso en su anchura.
Ya en Sevilla tomamos el urbano número 3 al parque de María Luisa. Allí  hay palomas que buscan comida y un Museo Arqueológico de obligada visita después de visitar Itálica. Gratuitas ambas visitas, en el Museo están las esculturas, objetos y mosaicos que se han ido encontrando en las excavaciones.
Comemos en la calle Adriano, en Jaime Alpresa, cantante y ahora restaurador que adorna su coqueto restaurante con fotos de sus amigos y conocidos. Los garbanzos con espinacas hay que probarlos. Por esta calle se entra a la Maestranza, parte de atrás, y sorprende encontrar estas puertas en lo que parece una calle más.
De ahí al Bellas Artes, a ver a Murillo, excepcional la exposición.
Después cansancio, recorremos otras calles y esperamos a que abra la capilla de San José. Nos sentamos y nos levantamos y ya abrió la capilla. Aun con andamios merece la pena verla, recargadas sus paredes.
Después visitamos Santa María la Blanca con una última cena de Murillo.
Camino de la estación el frío no se va. McDonalds no cambia, quizás el entorno, las formas, no el fondo. Dicen que no se hable con el móvil en el tren, como si oyen llover. Fuera la oscuridad. A toro pasado vemos un paisaje inexistente, asientos a contramarcha, antinatural parece. En algún momento tengo la sensación de ir en contra de la realidad, de seguir alejándome de aquello que veo llegar de frente. La falta de referencias en la noche me confunde. Quizás eso que pasó fuera un tren, se ven luces, raudas. Ella duerme, dijo que no lo haría.

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