domingo, 13 de enero de 2019

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Ciudades que despiertan entre luces amarillas. Andenes de maletas y sueños interrumpidos. Viajar para buscar o sólo para ver que existen otros, tantos, que hacen inabarcable el planeta.
Más paradas, bajan y suben, guantes bonitos de lunares, móviles, bolsos, arrancamos, se cierran los ojos, nadie sabe si duermen. No ven el paisaje, no ven amanecer. No ven la neblina que aparece en el valle. Las montañas recortadas. Ella con tacones dorados, escarcha en lo que queda de hierba, la tierra agrietada. Los olivos blanqueados. Las cabezas que caen, por su propio peso.
No hace calor, no debería hacer frío en los trenes. Siguen viajando, todos. Donde van, o donde vamos. Rayos de sol, tímidos, como si fueran a hablar, aparte de todo lo que hacen.
Duerme, me quito las gafas y no veo. Adelantamos a otro tren, nos vamos, casas al borde, qué ven y sienten; trenes, ahora sí, mañana también. Es la luz que entra, son las montañas. Avanzamos sur, suroeste, llegamos a Sevilla.
Frío en el camino al hotel y en todos los caminos. Devoción en la Macarena, siempre. Ya de mañana, gente que reza, algunos se arrodillan. Andar para combatir las temperaturas. En la plaza de Armas, antigua estación ferroviaria, de preciosa silueta, o estación de Córdoba, parece que los negocios no prosperan. Locales destinados a exposiciones de arte o academias de lo mismo, con expositores, una lástima, el espacio no merece quedar olvidado. Cruzamos el río por el puente de Triana. Hay sol y piraguas, y también un barrio. Preciosa la Esperanza de Triana de la Capilla de los Marineros. Algunos fieles. La parroquia de Santa Ana tiene un bonito retablo. Dos euros cuesta la entrada. Allí hay un busto de Francisco Rodriguez Moreno, el mudo de Santa Ana, antiguo sacristán, acompañante de procesiones y que llamaba “guapa” a la virgen, cuando quería hablar.
Hace dos días pasaron los Reyes de Oriente y se limpia el suelo lleno de restos de caramelos que se pegan a los zapatos. Se venden calendarios de forma ambulante y también cartuchos de almendras fritas. Imposible contenerse. Comemos en la taberna Sol y Sombra, bien. Las paredes pobladas de ofertas y de carteles taurinos, colores rojos y grana. Buscamos el sol, paseamos, andamos, cola en la Maestranza, colores vivos rodeando el blanco reluciente. Café en Starbucks, puede parecer caro, pero no lo es, por cantidad y por calidad. Se escribe, se lee el móvil, cambiaron las tornas. Quizás copiamos lo que vemos en las películas, o éstas copian de la realidad. Algún encargado explica a los empleados el nuevo catálogo de bebidas, parece complicado. A veces me pregunto lo que hacemos los humanos. Y por qué. Y sin encontrar respuestas seguimos…andar…hotel…andar. No se apaga la Navidad ni sus luces. En Casa Paco cenamos, tapas. Son las 9 y 11 siempre. No se sabe si de día o de noche. Volver a la calle, la gente no se quiere recoger, aunque mañana sea día de trabajo.

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