
Aeropuerto como todos, gente de aquí
para allá. Se le conoce como Fuimicino aunque el nombre oficial sea el de
Leonardo da Vinci. Música en el autobús que suena a balada romántica italiana
de toda la vida. Con destino a Roma capital, ésta parece estar cerca pero el
tráfico se encarga de que el trayecto se lleve más de una hora. Llueve,
finamente, verdor, río Tevere o Tiber de aguas oscuras, industria
en los márgenes, y empiezan las primeras
retenciones, será la lluvia, aunque a las diez de la mañana largas todos
deberían estar trabajando ya. La lluvia deja de ser fina, cae con fuerza y
aparecen las primeras casas, barrios alejados de lo que pensamos que es Roma.
En Termini lo primero es comprar un paraguas, no es difícil, te lo ofrecen por
doquier, aunque lleves dos, siempre pensarán que el que llevas es pequeño o
feo. Lo segundo es pillarme el dedo con el cierre y empezar a sangrar. Lo
tercero es encontrar el hotel, no está lejos y la impresión es buena, se
acrecentará después. Sin tiempo que perder empezamos a andar bajo una pertinaz
lluvia. Una tanqueta y miembros del ejército vigilan el exterior de Santa María
la Mayor, hay control de mochilas y arco de seguridad. Basílica estilizada en
su nave de techo plano. Dorado dicen que con oro traído de España. Los reyes de
España, empezando con Carlos I como benefactores del templo. Una estatua en el
pórtico de entrada honra dicho mecenazgo y presenta a Felipe IV. Hay mosaicos
del V y ábside del mismo tipo, del XIII. Hay capillas y gente que viene y va.
Pio IX ora ante la reliquia del pesebre en la cripta. Bernini, el escultor, yace
aquí, a la derecha del altar, hay que buscarlo, una losa en el suelo, sin
artificios. No pasa lo mismo en otra infinidad de monumentos funerarios,
incluidos varios pontífices. Primera iglesia dedicada a la Virgen. Dicen que en
el siglo IV nevó en esta colina del Esquilino. El papa de entonces trazó la
silueta original del templo para honrar este milagro, y es que era cinco de
Agosto. La Virgen de las Nieves se llamó, pero no encontramos ninguna imagen
dedicada a ella. Se hizo la hora de comer y sin más dilación entramos en
Marconi, birrería desde 1923. Agradable el local y menú por nueve euros con
tosta de tomate y orégano y segundo plato de pasta. Los rigatoni alla
amatriciana son una delicia. Tomate, cebolla, bacon y algo de picante dejan un
sabor para el recuerdo. No dejó de llover en el entreacto. El cielo oscuro no
da tregua.
En San Juan de
Letrán las esculturas de los apóstoles son gigantes, considerada una de las
cuatro grandes basílicas, es la iglesia más antigua del mundo, de bella fachada
y techo plano. Hay capillas, hay algún pontífice enterrado y también un
claustro que alberga la mesa donde dicen que se jugaron a los dados la túnica
santa. La visita al claustro cuesta dinero pero incluye la visita a la Scala
Santa y al Sancta Santorum (al otro lado de la calle) más audio guía para la
propia iglesia…ya vista, en fin, empezamos a ver que la desorganización o mala
información es parte de la idiosincrasia italiana. Bajo el ábside está la silla
que el Papa utiliza en sus misas en esta basílica. Cruzamos la calle, llueve,
toca la Scala Santa. Nadie nos avisó de que estaba en restauración. Varias
escaleras suben a lo alto pero la que todo el mundo quiere ver está en obras.
Dicen que los 28 escalones pertenecen a la escalera que subió Jesús en el
palacio de Pilatos. Son de mármol, y están forrados de madera para su
protección. Como hay escaleras paralelas la gente sube de rodillas por una de
ellas, paran, rezan y continúan. Arriba un par de iglesias y el Sancta
Santorum, llamada la capilla sixtina del medievo. Albergó en el pasado más
reliquias que ningún otro centro, posteriormente trasladadas. Frescos y
mosaicos en una capilla cuadrada, bonita. En el altar una imagen de Cristo que
la tradición define como aquiropoeta o imagen no hecha por la mano del hombre,
dicen que empezada por San Lucas y terminada de forma milagrosa. Terminamos la
visita al complejo pasando por el baptisterio, octogonal y oscuro, lleno de
niñas francesas que no entienden de silencios. De lo grande a lo pequeño, en
San Clemente de Letrán crece la hierba entre los adoquines del patio de
entrada, también las palmeras. Acogedor espacio, dentro la oscuridad deja ver
una basílica bonita, grupos con guía y se puede pagar para visitar la zona
arqueológica y alguna otra capilla, no lo hacemos. Da la impresión que perdimos
algo interesante, pero no se puede llegar a todo. Ascendemos escalera y cuesta,
entre música de acordeón, para llegar a la última iglesia de la tarde, antes de
que cierre. Famosa por albergar el Moisés de Miguel Ángel. Ahí llega, con luz y
sin luz. Impresionante, en el centro, a su lado más esculturas, probablemente
suyas, encima otras que dicen que pudo diseñar para ser acabadas por otros. Es
el mausoleo de Julio II en la iglesia de San Pedro en Vincoli. Miramos y
remiramos, se apaga la luz y la vuelven a encender. Gente que viene y va pero
no multitudes. También hay cadenas de Pedro y un precioso cuadro de Santa
Margarita, obra de Guercino. No se ve bien y es que todos los focos, todas las
luces, van a Moisés. Ya afuera aparece la obra de un escultor. Dice el
evangelio de San Mateo, “estaba desnudo y me vestisteis”. Eso dice la placa,
desnudo está en el suelo un Cristo que no quiere mostrar el rostro y que
extiende la mano. El artista es canadiense y se llama Timothy Schmalz. Salió
timido el sol, sigue la música y las monjas visten de verde, ellos de negro,
pasear sin lluvia, novedad. Seguimos la Vía Nazionale, no es corta, pocas
luces, tráfico. Elegimos el Restaurante Esperia. No está mal, como el día, toca
descansar.
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