viernes, 23 de marzo de 2018

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Aeropuerto como todos, gente de aquí para allá. Se le conoce como Fuimicino aunque el nombre oficial sea el de Leonardo da Vinci. Música en el autobús que suena a balada romántica italiana de toda la vida. Con destino a Roma capital, ésta parece estar cerca pero el tráfico se encarga de que el trayecto se lleve más de una hora. Llueve, finamente, verdor, río Tevere o Tiber de aguas oscuras, industria  en los márgenes, y empiezan las primeras retenciones, será la lluvia, aunque a las diez de la mañana largas todos deberían estar trabajando ya. La lluvia deja de ser fina, cae con fuerza y aparecen las primeras casas, barrios alejados de lo que pensamos que es Roma. En Termini lo primero es comprar un paraguas, no es difícil, te lo ofrecen por doquier, aunque lleves dos, siempre pensarán que el que llevas es pequeño o feo. Lo segundo es pillarme el dedo con el cierre y empezar a sangrar. Lo tercero es encontrar el hotel, no está lejos y la impresión es buena, se acrecentará después. Sin tiempo que perder empezamos a andar bajo una pertinaz lluvia. Una tanqueta y miembros del ejército vigilan el exterior de Santa María la Mayor, hay control de mochilas y arco de seguridad. Basílica estilizada en su nave de techo plano. Dorado dicen que con oro traído de España. Los reyes de España, empezando con Carlos I como benefactores del templo. Una estatua en el pórtico de entrada honra dicho mecenazgo y presenta a Felipe IV. Hay mosaicos del V y ábside del mismo tipo, del XIII. Hay capillas y gente que viene y va. Pio IX ora ante la reliquia del pesebre en la cripta. Bernini, el escultor, yace aquí, a la derecha del altar, hay que buscarlo, una losa en el suelo, sin artificios. No pasa lo mismo en otra infinidad de monumentos funerarios, incluidos varios pontífices. Primera iglesia dedicada a la Virgen. Dicen que en el siglo IV nevó en esta colina del Esquilino. El papa de entonces trazó la silueta original del templo para honrar este milagro, y es que era cinco de Agosto. La Virgen de las Nieves se llamó, pero no encontramos ninguna imagen dedicada a ella. Se hizo la hora de comer y sin más dilación entramos en Marconi, birrería desde 1923. Agradable el local y menú por nueve euros con tosta de tomate y orégano y segundo plato de pasta. Los rigatoni alla amatriciana son una delicia. Tomate, cebolla, bacon y algo de picante dejan un sabor para el recuerdo. No dejó de llover en el entreacto. El cielo oscuro no da tregua. En San Juan de Letrán las esculturas de los apóstoles son gigantes, considerada una de las cuatro grandes basílicas, es la iglesia más antigua del mundo, de bella fachada y techo plano. Hay capillas, hay algún pontífice enterrado y también un claustro que alberga la mesa donde dicen que se jugaron a los dados la túnica santa. La visita al claustro cuesta dinero pero incluye la visita a la Scala Santa y al Sancta Santorum (al otro lado de la calle) más audio guía para la propia iglesia…ya vista, en fin, empezamos a ver que la desorganización o mala información es parte de la idiosincrasia italiana. Bajo el ábside está la silla que el Papa utiliza en sus misas en esta basílica. Cruzamos la calle, llueve, toca la Scala Santa. Nadie nos avisó de que estaba en restauración. Varias escaleras suben a lo alto pero la que todo el mundo quiere ver está en obras. Dicen que los 28 escalones pertenecen a la escalera que subió Jesús en el palacio de Pilatos. Son de mármol, y están forrados de madera para su protección. Como hay escaleras paralelas la gente sube de rodillas por una de ellas, paran, rezan y continúan. Arriba un par de iglesias y el Sancta Santorum, llamada la capilla sixtina del medievo. Albergó en el pasado más reliquias que ningún otro centro, posteriormente trasladadas. Frescos y mosaicos en una capilla cuadrada, bonita. En el altar una imagen de Cristo que la tradición define como aquiropoeta o imagen no hecha por la mano del hombre, dicen que empezada por San Lucas y terminada de forma milagrosa. Terminamos la visita al complejo pasando por el baptisterio, octogonal y oscuro, lleno de niñas francesas que no entienden de silencios. De lo grande a lo pequeño, en San Clemente de Letrán crece la hierba entre los adoquines del patio de entrada, también las palmeras. Acogedor espacio, dentro la oscuridad deja ver una basílica bonita, grupos con guía y se puede pagar para visitar la zona arqueológica y alguna otra capilla, no lo hacemos. Da la impresión que perdimos algo interesante, pero no se puede llegar a todo. Ascendemos escalera y cuesta, entre música de acordeón, para llegar a la última iglesia de la tarde, antes de que cierre. Famosa por albergar el Moisés de Miguel Ángel. Ahí llega, con luz y sin luz. Impresionante, en el centro, a su lado más esculturas, probablemente suyas, encima otras que dicen que pudo diseñar para ser acabadas por otros. Es el mausoleo de Julio II en la iglesia de San Pedro en Vincoli. Miramos y remiramos, se apaga la luz y la vuelven a encender. Gente que viene y va pero no multitudes. También hay cadenas de Pedro y un precioso cuadro de Santa Margarita, obra de Guercino. No se ve bien y es que todos los focos, todas las luces, van a Moisés. Ya afuera aparece la obra de un escultor. Dice el evangelio de San Mateo, “estaba desnudo y me vestisteis”. Eso dice la placa, desnudo está en el suelo un Cristo que no quiere mostrar el rostro y que extiende la mano. El artista es canadiense y se llama Timothy Schmalz. Salió timido el sol, sigue la música y las monjas visten de verde, ellos de negro, pasear sin lluvia, novedad. Seguimos la Vía Nazionale, no es corta, pocas luces, tráfico. Elegimos el Restaurante Esperia. No está mal, como el día, toca descansar.

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