viernes, 23 de marzo de 2018

roma-3



Es Martes 6 y amanece lloviendo tras la ventana del IQ. Tomamos una línea de metro y tras varias paradas desembocamos cerca del Vaticano, hay actividad a pesar de la lluvia, siempre la hay, gente de aquí para allá, y llegamos a la plaza de San Pedro. Grabo mi voz y suenan las gotas contra el paraguas. Persistente. Hay gaviotas y palomas, y una amplia avenida que llega a la plaza. Hay obelisco en el centro del mundo cristiano. La cúpula, las ventanas tantas veces vistas en la tele. Más columnas y soportales para guarecerse, monjas de colores, no tan llamativos como los paraguas. La explanada está en cuesta, las sillas para los fieles se mojan y cambia la guardia vaticana. Y colas para entrar en la basílica. Agentes turísticos en busca de clientes. Nosotros haciendo tiempo en espera de nuestro guía, retrocedemos porque la entrada al recinto se aleja de la plaza. Cuatro horas de visita con Ignacio, madrileño, de la empresa Enroma. Somos treinta, saltamos colas, entramos, recogemos audio guías y la entrada se llena de gente y paraguas. Primero una charla sobre la sixtina, dentro no se puede hablar. Nos cuenta Ignacio historia acompañada de datos sobre una pantalla gigante que amplifica fotos. Empezamos por recorrer una parte de los Museos Vaticanos, mínima parte, de escultura antigua, galerías atestadas de esculturas y gente. No se puede ver el Laocoonte, todo el mundo quiere fotografiarla. Avanzamos poco a poco, arte a ambos lados. Galería de mapas, más galerías y patios con cabezas, estatuas y torsos. Creo que una visita a los museos requerirá muchas horas. En la Capilla Sixtina lo primero que percibimos es que no hay silencio. Un cura reza y el resto acompaña con murmullos de oración o no. 35.000 visitas al día, parecen pocas. Arriba la obra de Miguel Ángel. Impresiona, pero la he visto tantas veces. Nos van llevando al centro para que entre más gente, pero no es agobiante. Destaca el color y el tamaño de las figuras. Más explicaciones, nunca habrá silencio. No se pueden hacer fotos, pero se hacen. Después San Pedro y su tamaño, no hay más que un lienzo, el resto son mosaicos plenos de teselas. La iglesia más grande del mundo. Primero la Piedad, sin palabras, aunque esté lejos, aunque esté protegida, aunque ella sea joven y esté desproporcionada con respecto a Cristo. Con 23 años la esculpe el genio y la mano de Miguel Ángel. Hay estatuas más grandes, por doquier, pero ninguna como ésta. Todo es grande en la basílica. Está la tumba de Pedro, de hecho la basílica se edifica sobre un antiguo cementerio. Pedro y Pablo muertos, responsables del incendio de Roma, se lo achacan. Uno muere en la cruz y el otro decapitado, la diferencia de ser romano o no. También la tumba de Juan Pablo II y la del primero, y alguna otra esperando. Las estancias de los Papas actuales se ven desde alguna galería, rodeadas de jardines. Afuera, cansados, sigue lloviendo, un poco. Comemos en Borgo Nuovo, seguimos probando pasta. Después de comer hay que abrigarse. Caminamos, fotografiamos charcos y más. Llegamos al Tiber y el castillo al lado. Habremos salido del Vaticano en algún punto, no hay barreras. Hay puentes que cruzan las aguas y estatuas en alguno de ellos, de Bernini. El río parece de cauce profundo, aguas turbias, y corriente que mece, que arrastra gaviotas, que se dejan llevar. El barrio de Trastevere es viejo, de edificios donde la pintura se desconchó, donde las simetrías se perdieron, donde los adoquines engañan. Donde el naranja, apagado, parece prevalecer en aquello que se nos pone delante. Muchos restaurantes y cafés, otra escultura de Timothy, esta vez el sin techo Jesús, tumbado en un banco, tapado, deja los pies a la vista, horadados. Muchos visitantes en Santa María que toma el apellido del barrio. Admiramos el ábside repleto de mosaicos. San Crisógino es también basílica, pero más modesta. Una imagen de cera, yacente y de tamaño natural, alberga los restos de Anna María Taigi, beata, madre de familia. La sonrisa dibujada en la boca. Se postula en el barrio, es la comunidad Lautari, el lema es “yo elijo de ahora en adelante”, similar al proyecto hombre, él se presenta como ex drogadicto y habla castellano, y pide para seguir financiando rehabilitación y educación. Como los charcos no se van tan facilmente se sigue viendo la vida a través de ellos. Y llegamos a San Benedetto in Piscinula, fundada donde vivió San Benito durante su estancia en Roma, donde oró e hizo penitencia. Suenan voces de canto, grabadas, hay paz y techos de madera, encantador el lugar, reposamos, si es cierto que Dios está en todas partes quizás habría que buscarlo aquí. Poca luz, frescos inacabados. Empieza a llover, todo se oscurece y cuando cruzamos el puente para llegar a la isla de Roma, il tiberino, parece que el mundo se fuera a hundir. El río se vuelve salvaje, algún rápido. El teatro Marcello aparece de repente, con columnas, sueltas, arco, restos de piedras perdidas y lo que parece la pared de un pequeño coliseo que quiere sustentar casas de nuestra era. Fue teatro, albergó miles de personas y hoy es lugar para que crezca la hierba, verdísima, allá donde la piedra no llega. Precioso. Hay barrio judío con más lluvia, hay que guarecerse y volverse a guarecer, y luego pisar charcos y llegar al hotel cansados después de cruzar pasos de cebra cual suicidas. Cenamos en Casa María, bien, con vistas a la Mayor, iluminada de noche. Respeta el cielo después, en la vuelta al hotel por calles poco transitadas.

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