Es Martes 6 y amanece lloviendo tras la ventana del IQ. Tomamos una línea
de metro y tras varias paradas desembocamos cerca del Vaticano, hay actividad a
pesar de la lluvia, siempre la hay, gente de aquí para allá, y llegamos a la
plaza de San Pedro. Grabo mi voz y suenan las gotas contra el paraguas.
Persistente. Hay gaviotas y palomas, y una amplia avenida que llega a la plaza.
Hay obelisco en el centro del mundo cristiano. La cúpula, las ventanas tantas
veces vistas en la tele. Más columnas y soportales para guarecerse, monjas de
colores, no tan llamativos como los paraguas. La explanada está en cuesta, las
sillas para los fieles se mojan y cambia la guardia vaticana. Y colas para
entrar en la basílica. Agentes turísticos en busca de clientes. Nosotros
haciendo tiempo en espera de nuestro guía, retrocedemos porque la entrada al
recinto se aleja de la plaza. Cuatro horas de visita con Ignacio, madrileño, de
la empresa Enroma. Somos treinta, saltamos colas, entramos, recogemos audio
guías y la entrada se llena de gente y paraguas. Primero una charla sobre la
sixtina, dentro no se puede hablar. Nos cuenta Ignacio historia acompañada de
datos sobre una pantalla gigante que amplifica fotos. Empezamos por recorrer
una parte de los Museos Vaticanos, mínima parte, de escultura antigua, galerías
atestadas de esculturas y gente. No se puede ver el Laocoonte, todo el mundo
quiere fotografiarla. Avanzamos poco a poco, arte a ambos lados. Galería de
mapas, más galerías y patios con cabezas, estatuas y torsos. Creo que una
visita a los museos requerirá muchas horas. En la Capilla Sixtina lo primero
que percibimos es que no hay silencio. Un cura reza y el resto acompaña con
murmullos de oración o no. 35.000 visitas al día, parecen pocas. Arriba la obra
de Miguel Ángel. Impresiona, pero la he visto tantas veces. Nos van llevando al
centro para que entre más gente, pero no es agobiante. Destaca el color y el
tamaño de las figuras. Más explicaciones, nunca habrá silencio. No se pueden
hacer fotos, pero se hacen. Después San Pedro y su tamaño, no hay más que un
lienzo, el resto son mosaicos plenos de teselas. La iglesia más grande del
mundo. Primero la Piedad, sin palabras, aunque esté lejos, aunque esté
protegida, aunque ella sea joven y esté desproporcionada con respecto a Cristo.
Con 23 años la esculpe el genio y la mano de Miguel Ángel. Hay estatuas más
grandes, por doquier, pero ninguna como ésta. Todo es grande en la basílica.
Está la tumba de Pedro, de hecho la basílica se edifica sobre un antiguo
cementerio. Pedro y Pablo muertos, responsables del incendio de Roma, se lo
achacan. Uno muere en la cruz y el otro decapitado, la diferencia de ser romano
o no. También la tumba de Juan Pablo II y la del primero, y alguna otra
esperando. Las estancias de los Papas actuales se ven desde alguna galería, rodeadas
de jardines. Afuera, cansados, sigue lloviendo, un poco. Comemos en Borgo
Nuovo, seguimos probando pasta. Después de comer hay que abrigarse. Caminamos, fotografiamos
charcos y más. Llegamos al Tiber y el castillo al lado. Habremos salido del
Vaticano en algún punto, no hay barreras. Hay puentes que cruzan las aguas y
estatuas en alguno de ellos, de Bernini. El río parece de cauce profundo, aguas
turbias, y corriente que mece, que arrastra gaviotas, que se dejan llevar. El barrio
de Trastevere es viejo, de edificios donde la pintura se desconchó, donde las
simetrías se perdieron, donde los adoquines engañan. Donde el naranja, apagado,
parece prevalecer en aquello que se nos pone delante. Muchos restaurantes y
cafés, otra escultura de Timothy, esta vez el sin techo Jesús, tumbado en un
banco, tapado, deja los pies a la vista, horadados. Muchos visitantes en Santa
María que toma el apellido del barrio. Admiramos el ábside repleto de mosaicos.
San Crisógino es también basílica, pero más modesta. Una imagen de cera,
yacente y de tamaño natural, alberga los restos de Anna María Taigi, beata,
madre de familia. La sonrisa dibujada en la boca. Se postula en el barrio, es
la comunidad Lautari, el lema es “yo elijo de ahora en adelante”, similar al
proyecto hombre, él se presenta como ex drogadicto y habla castellano, y pide
para seguir financiando rehabilitación y educación. Como los charcos no se van
tan facilmente se sigue viendo la vida a través de ellos. Y llegamos a San
Benedetto in Piscinula, fundada donde vivió San Benito durante su estancia en
Roma, donde oró e hizo penitencia. Suenan voces de canto, grabadas, hay paz y
techos de madera, encantador el lugar, reposamos, si es cierto que Dios está en
todas partes quizás habría que buscarlo aquí. Poca luz, frescos inacabados. Empieza
a llover, todo se oscurece y cuando cruzamos el puente para llegar a la isla de
Roma, il tiberino, parece que el mundo se fuera a hundir. El río se vuelve
salvaje, algún rápido. El teatro Marcello aparece de repente, con columnas,
sueltas, arco, restos de piedras perdidas y lo que parece la pared de un
pequeño coliseo que quiere sustentar casas de nuestra era. Fue teatro, albergó
miles de personas y hoy es lugar para que crezca la hierba, verdísima, allá
donde la piedra no llega. Precioso. Hay barrio judío con más lluvia, hay que
guarecerse y volverse a guarecer, y luego pisar charcos y llegar al hotel
cansados después de cruzar pasos de cebra cual suicidas. Cenamos en Casa María,
bien, con vistas a la Mayor, iluminada de noche. Respeta el cielo después, en
la vuelta al hotel por calles poco transitadas.
Pastel de manzana en Airfriyer
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