
Es lunes, 5 de Marzo de 2018, ha llovido
en Madrid como en los últimos seis días, ha llovido de noche, como a muchos les
gusta, sabiendo que no podemos elegir, al menos eso. Podemos elegir otras
cosas, muchas, por ejemplo volar, y desplazarse. Dicen que 100.000 vuelos
surcan los cielos diariamente. Diré el cielo, único, y azul a veces. Pasaremos las
nubes y veremos amanecer. Y cruzaremos un mar, el mediterráneo, para llegar a
tierra de peregrinación. Roma parece asustar de principio, cuna de tantas
cosas. Enorme, muros de antigüedad, museos, plazas. Siempre hay gente, dicen. Avión
lleno, o casi. Turistas en su mayoría. Seguro que algunos son peregrinos de
verdad, viajando para afianzar su fe, o para que crezca, o para cumplir una
promesa. Es de noche, gotas en el fuselaje, en las ventanillas de pega. Se apagan
luces, queda la mía. Se cierran los ojos. ¿A alguien le gusta volar? Imaginen un
enorme túnel que cruzara el mediterráneo, o un puente, con coches y trenes
surcándolo. No lo harán, no tiene sentido. Hay barcos, hay barcas, hay
carreteras que atraviesan países. Paramos y arrancamos antes de dejar de pisar
el suelo. Quiero que amanezca, o lo habrá hecho ya, sólo que las nubes siguen
ahí, negras. Luces afuera, de colores varios. No distingo más un rato después,
me puse las gafas de leer, de escribir, de no ver las nubes, ni la bruma, ni
las alas, ni el ruido de los motores. De no ver para no pensar. Y es verdad que
arriba hay luz, y azul cielo, y debajo hay nubes, y volamos, y nos movemos
dentro de un fuselaje que azota el viento, que no siente el frío. Y debajo de
nosotros se mueven las borrascas, se crean anticiclones, bajas o altas
presiones, nosotros ajenos, inmóviles en asientos de color azul. Vamos a salir
al mar, enseguida, 9000 metros de altura. Ofrecen comida, ellas y ellos, se
empeñan en hacer normalidad de lo anormal que es surcar cielos, volarlos,
mientras el sol sale o se pone, dependo. Piden un médico por los altavoces. Todo
silencio. Un niño a nuestro lado, sin pendientes, de orejas grandes y ojos
redondos, quiere jugar y habla sin decir palabras. Abultado por los pañales, de
pelo lacio, todavía desordenado, mirándonos sin conocernos, nace la curiosidad,
nace la aventura. Manto de nubes que el sol pinta. Volando hacia el este. El mar
debe de estar ahí, incluso algunas islas. Un chupete, un ronquido, toses y
despertares. Y ruido, externo, cómo suenan los motores, o será el viento. Páginas
en blanco para llenar. Prestas a recibir tinta, he empezado, aquí no pasa el
tiempo, o no como quisiéramos, no va deprisa, sigue su ritmo. Ya bajamos, ahora
sí, entre nubes, lluvia fina, dice el comandante que pilota. Cinturones por
favor, abróchense. Obedecer, por supuesto. Pocos minutos, sin ver, a ciegas. Ruidos
de tren, de aterrizaje. Y de repente se ven casas, mucho verde, y todo brumoso.
Tierra italiana, tierra romana. Parece que hubiéramos equivocado el destino,
ese color inglés y casas que se antojan bajas. Y fina agua, y tierra mojada.
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