domingo, 11 de marzo de 2018

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Es lunes, 5 de Marzo de 2018, ha llovido en Madrid como en los últimos seis días, ha llovido de noche, como a muchos les gusta, sabiendo que no podemos elegir, al menos eso. Podemos elegir otras cosas, muchas, por ejemplo volar, y desplazarse. Dicen que 100.000 vuelos surcan los cielos diariamente. Diré el cielo, único, y azul a veces. Pasaremos las nubes y veremos amanecer. Y cruzaremos un mar, el mediterráneo, para llegar a tierra de peregrinación. Roma parece asustar de principio, cuna de tantas cosas. Enorme, muros de antigüedad, museos, plazas. Siempre hay gente, dicen. Avión lleno, o casi. Turistas en su mayoría. Seguro que algunos son peregrinos de verdad, viajando para afianzar su fe, o para que crezca, o para cumplir una promesa. Es de noche, gotas en el fuselaje, en las ventanillas de pega. Se apagan luces, queda la mía. Se cierran los ojos. ¿A alguien le gusta volar? Imaginen un enorme túnel que cruzara el mediterráneo, o un puente, con coches y trenes surcándolo. No lo harán, no tiene sentido. Hay barcos, hay barcas, hay carreteras que atraviesan países. Paramos y arrancamos antes de dejar de pisar el suelo. Quiero que amanezca, o lo habrá hecho ya, sólo que las nubes siguen ahí, negras. Luces afuera, de colores varios. No distingo más un rato después, me puse las gafas de leer, de escribir, de no ver las nubes, ni la bruma, ni las alas, ni el ruido de los motores. De no ver para no pensar. Y es verdad que arriba hay luz, y azul cielo, y debajo hay nubes, y volamos, y nos movemos dentro de un fuselaje que azota el viento, que no siente el frío. Y debajo de nosotros se mueven las borrascas, se crean anticiclones, bajas o altas presiones, nosotros ajenos, inmóviles en asientos de color azul. Vamos a salir al mar, enseguida, 9000 metros de altura. Ofrecen comida, ellas y ellos, se empeñan en hacer normalidad de lo anormal que es surcar cielos, volarlos, mientras el sol sale o se pone, dependo. Piden un médico por los altavoces. Todo silencio. Un niño a nuestro lado, sin pendientes, de orejas grandes y ojos redondos, quiere jugar y habla sin decir palabras. Abultado por los pañales, de pelo lacio, todavía desordenado, mirándonos sin conocernos, nace la curiosidad, nace la aventura. Manto de nubes que el sol pinta. Volando hacia el este. El mar debe de estar ahí, incluso algunas islas. Un chupete, un ronquido, toses y despertares. Y ruido, externo, cómo suenan los motores, o será el viento. Páginas en blanco para llenar. Prestas a recibir tinta, he empezado, aquí no pasa el tiempo, o no como quisiéramos, no va deprisa, sigue su ritmo. Ya bajamos, ahora sí, entre nubes, lluvia fina, dice el comandante que pilota. Cinturones por favor, abróchense. Obedecer, por supuesto. Pocos minutos, sin ver, a ciegas. Ruidos de tren, de aterrizaje. Y de repente se ven casas, mucho verde, y todo brumoso. Tierra italiana, tierra romana. Parece que hubiéramos equivocado el destino, ese color inglés y casas que se antojan bajas. Y fina agua, y tierra mojada.

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