sábado, 18 de noviembre de 2017

Soria-2

Domingo de frío mañanero. Desayunamos en la cafetería New York mientras suena Hotel California. Empezamos el día por el claustro de la Concatedral donde el frío arrecia. Dos euros la entrada para seguir admirando el románico. En la iglesia del Carmen hablamos con uno de los cuatro hermanos que quedan. Fundación de Santa Teresa, poco queda de entonces, sólo una fachada. La crisis de las vocaciones, o crisis de fe. Nos invita a visitar Santo Domingo, de preciosa fachada, hoy en obras, lástima. Nos dice que las Clarisas, unas 50, cantan bien. Llegamos con la misa empezada y allí están cantando, muchas, suena órgano y una hermana dirige. Tenía razón, suena bien. Tiempo para la reflexión y el descanso. El retablo es hermoso, coronado por Santo Domingo que baja a Cristo de la cruz. Coche a Garray, escasos siete kilómetros que nos llevan a las ruinas de Numancia. Muy buena la visita guiada, la hacemos con Mirian. Hora y veinte de minutos de explicaciones detalladas, con mucho entusiasmo. Tiempo de asedio, de guerras, de hambre. Escipión que logra la rendición en el 134 a.c. Tras los celtiberos, tiempo de romanos, luego el olvido, luego la recuperación y la excavación. Calles trazadas y restos de casas y murallas. Un par de casas reconstruidas. Lugar de gente humilde, no se encuentran grandes tesoros, pero se puede imaginar o proyectar la vida normal, habitual, de entonces. Comemos en el Iruña, abundante y bien. La Alameda de Cervantes es un buen lugar para pasear antes de que se ponga el sol. Habrá álamos pero hay más, 78 especies y también arbustos. Una especie de jardín botánico bonito y ordenado. Al final una preciosa pradera, abierta, de tipo inglés, donde algunos juegan al fútbol, los niños, y otros ocupan bancos en los lados. Hay ardillas, pájaros y nubes que no quitan el sol. Finas, deshilachadas, o translúcidas. Nubes que viajan de oeste a este, lo sé porque el sol viaja en dirección opuesta, no tan rápido. Nubes que no dejan sombras, nubes que mañana no estarán aquí. Sí el cielo, el mismo, azul, estrellado cuando no hay luz. Demasiado azul; y de repente el viento que quiere tirar más hojas, que se descuelgan de las ramas para alfombrar el suelo, ocres sobre verdes, y se levanta algo que nada tiene que ver con el vendaval. Y el sonido que se asemeja a castañas crepitando cesa o continúa y no se confunde con el aletear de las palomas ni con la escasa voz, sólo un eco, que llega, ni con ese pájaro que parece chocar las mitades de su pico para alertar. Y el viento vuelve meciendo lo que queda y lo que tira. De cómo tiemblan las hojas, arriba y abajo, involuntariamente. De cómo caen y nunca se acaban, de cómo contar árboles que no caben en los dedos de mis manos, de cómo la naturaleza se hace desmesurada, de cómo lo ocupa todo. De cómo el hombre conquista y nunca puede acabar su obra. Y de repente una sombra y todo cambia. Vuelve el abrigo, cremallera y capucha, vuelve lo que unos no quieren y otros sí. Vuelve lo incontrolable, vino la nube y también ella, con castañas y bellotas que también se descolgaron, alimento de ardillas trepadoras, ecosistema para que vivan en metros cuadrados, para que crean que fuera de aquí todo es igual, bien sabemos que no. Salimos y encontramos la ermita de la Soledad que alberga esa talla y la del Cristo del humilladero, del XVI. La tarde del domingo se hace triste, siempre lo fueron. En el Palacio de la Audiencia empieza un festival de cine, de cortos. Se invita a la inauguración y se proyecta Tempestad, documental mexicano, de Tatiana Huezo. Duro, testimonio de detenida y de madre de desaparecida, historias que se intercalan, con imágenes frías y oscuras, un México alejado de los estándares de paz y libertad. Muchos abandonan la proyección. Se pierden el catering posterior. Manos que van a la comida y al vino. La gente se recoge, saciada.

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