sábado, 18 de noviembre de 2017

Soria-1

No es camino Soria lo que suena. Es mañana de otoño seco, de hojas de colores que caen o no, que deben de echar de menos el agua que escasea, la que hizo presencia puntual, poca, triste. Colores y carretera. En Soria, en la hostería del Solar de Tejada, la dueña decora las paredes con sus pinturas. Colores vivos. Ha estado recientemente en Viena y ha descubierto que quiere aspirar a pintar a Klimt y su beso o su madre con hijo. Igual que pinta ermitas de la ciudad, o santos, o flores que ocupan el lienzo. El hotel está decorado con gusto, con detalles que denotan sensibilidad ante la belleza. Empezamos a andar en una ciudad donde el coche se puede aparcar y olvidarse de él, donde las distancias se antojan cortas. Pasamos por la Concatedral que alberga bonitos retablos. Un poco más abajo, a orillas del Duero, ya cruzado por puente medieval aparece el claustro del Monasterio de San Juan. Joya del románico, de columnas diferentes, trenzadas. Los turistas se agolpan en visita de grupo para hacer todas las fotos y más. De repente desaparecen y pisamos la hierba que rodea el lugar. No sentarse, no apoyarse, en unas columnas desgastadas por el paso del tiempo. La pequeña iglesia alberga dos templetes, novedosos, altares simétricos previos al principal. Pasear por la ribera del río buscando comida, encontrando islas y verdor, con largos árboles y caprichos del agua que se salvan con pasarelas. Precioso el lugar. Le llaman Sotoplaya, y el restaurante tiene demasiada demanda. Así que desandamos el camino para volver al centro, y en la Plaza Mayor encontramos el bar 87. Comida casera que atrae gente, se llena y esperan más comensales. Vamos encontrando las huellas de Antonio Machado por la ciudad. En la Iglesia del Espino, en el cementerio adyacente está enterrada Leonor, que muere a los 18 años de tuberculosis, tres años después de casarse con el poeta. Hija del encargado de la pensión donde se aloja Machado, amor a primera vista. Los carteles con su nombre llevan a la tumba, floreada. En la plaza de la iglesia está el olmo seco, rodeado de verja, y con placas, y con versos. Volvemos a la ribera del Duero, a pasear con luz que se quiere ir. Las hojas que quedan suenan, no cantan de milagro. Al otro lado San Saturio, la ermita. Dicen que San Prudencio cruzó el río sin mojarse por la capa que extendió San Saturio. Juntos estuvieron siete años, maestro y alumno joven. El primero, noble retirado de lo mundano, siglo VI. El segundo, aprendiendo, lo enterró allí en las cuevas sobre las que luego, mucho más tarde, se edificó la ermita. El lugar es bonito, grutas, cuevas, rocas, piedras, más arriba árboles diseminados, y un poco más arriba el azul del cielo. Escribió alguien que las cosas nuevas son las cosas viejas miradas dos veces. Quizás tenga razón. San Saturio es vieja, mirada y remirada cientos, miles de veces, más. El río lleva agua nueva que enfila hacia Oporto. Imaginemos a Machado paseando la ribera, no preparada como ahora, llegándose hasta aquí, y su cabeza bullendo y sacando rimas de aquí y de allá que luego pasan a cuartilla, cuando se va la luz. Imaginemos cuantos versos perdidos, no recordados, cuántos libros abortados en la memoria, esquiva, que no todo lo guarda. Ella escucha voces y somos nosotros, no nos vio. Tal es el silencio que confunde y lleva sonidos delicados. Subimos escalones, 104, en la ermita del XVII. Recorremos estancias y el santero de hoy en día nos cuenta que ya no vive aquí. La capilla es preciosa, llena de frescos que cuentan la vida de los dos santos. Volvemos por la otra orilla, se dedica una al patrón de Álava y otra al poeta. En San Juan de Rabanera se ha hecho la noche, románico iluminado. En el instituto donde Machado enseñó francés y Gerardo Diego literatura hay huellas de ambos, como en Santa María la Mayor, lugar de la boda. Se está en la gloria, el aire brota del suelo. Retablo grande y bonito con virgen guapa y voluminosa. El reloj no ha cambiado de hora y debajo del coro se abre un espacio para el descanso con sofá y asientos, con café y mensajes del papa Francisco, así como con notas que puede dejar todo el que quiera. Fuera se pasea, el frío es soportable. En el Circulo Amistad Numancia, o antiguo Casino, el tiempo parece haberse detenido. Se presenta un homenaje al poeta, cantautores de guitarra, pandereta o piano, y voces que cantan los versos ajenos y también los propios. Bonita velada en antiguo salón de columnas débiles y frescos en el techo. Lo demás es emoción. Angie González sube el nivel con la interpretación de la saeta. Alguna tapa y a dormir

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