martes, 1 de noviembre de 2016

valladolid




Churros con chocolate, todavía en Toro. La mañana requiere abrigo. Carretera a Valladolid, desandar lo andado. Rectas y sonidos. La capital castellana, amplia y poblada, recibe el lunes con mercado de frutas y verduras en la Plaza de España. Acopio para llevar. Incesante actividad. Se pesa lo que se compra, colores y olores. Andar para ver y visitar. Iglesias como la de San Felipe Neri. Modesta si se compara con San Benito, de gran altura y piedra caliza, de columnas recias y entrada separada de la nave central, donde el espacio parece sobrar. Los confesionarios a los lados, parecieran entradas a otros recintos, desconocidos. Lugares de fe, olvidados. Se celebra la fiesta de la Policía, éstos y otras autoridades lucen sus mejoras galas a la espera de iniciar una ceremonia. También la habrá en San Miguel y San Julián mas tarde, mas modesta, la misa de todos los días, la de pocos comensales. En silencio. Una media hora antes abre, suficiente tiempo para descubrir sus capillas. Templo original jesuita, de 1543, pasa tras la expulsión de éstos en 1767 por Carlos III, a constituirse como parroquia que unifica las de los titulares actuales, entonces ruinosas. Sobresaliente su riqueza artística, con obras de Gregorio Fernández entre otros. Vemos también la antesacristía, la sacristía y la capilla relicario. El sacerdote se viste para la ocasión. Un saludo. Abierto al público, el día a día. La vida parroquial al descubierto. Se cierran las puertas tras nosotros. Empezó la misa. Salimos por otra puerta. Visita interesante.
Actual sede de la Diputación, el Palacio de Pimentel hace esquina en la Plaza de San Pablo. Ahí nació Felipe II. San Pablo, la iglesia, aún cerrada. Hacemos tiempo, suena música en el edificio de enfrente. Sede militar hoy. Sonidos de desfile. Antaño fue el Palacio Real, habitado por monarcas como Carlos I, Felipe II y Felipe III. En él nació también el IV. En torno al patio se exponen maquetas y objetos del mobiliario antiguo de la ciudad. La fachada de San Pablo reluce al sol. Concluida por Simón de Colonia hacia 1500 tiene cuerpo bajo y segundo cuerpo con diferencia de estilos. Alta la única nave central. Capillas a los lados. Tesoros en ellas. Destacan dos yacientes de Gregorio Fernández. Uno de 1613 y otro de 1631. El más antiguo tiene en el lado de la llaga un corte de forma cuadrada. Es una tapa que al levantarse muestra el receptáculo para la sagrada forma. Costumbre acreditada en España y en Inglaterra. Donado por el primer duque de Lerma, Francisco de Sandoval y Rojas, que se encuentra enterrado en el templo junto con su esposa. Iglesia de los Domínicos, retornan a ella en 1893. Ya no hace falta chaqueta. Paseamos con calor para acercarnos a el coso, antigua plaza de toros convertida en viviendas de hoy. Forma caprichosa. En Belmondo probamos una tortilla de patatas que no pasa a la historia y en el Corcho una buena tajada de bacalao y croquetas a un euro. Recomendable el sitio, pintoresco. A orillas del Pisuerga se deshilacha algo blanco que no llega a nube. Azul todo, verde el resto. Un pájaro que pica un plástico, dentro la comida. Ruido en el ambiente, sueño, hojas, sombras que tiemblan fugazmente sobre el tronco y su corteza. El agua de charco que no de lluvia, tiembla. Brisa que a ras de tierra mueve el frágil equilibrio de hojas y barro. Luego en plaza, sentados, esperamos. Como extras de película la gente cruza el espacio, seis salidas o entradas. Todos eligen la salida correcta. Los protagonistas podemos ser nosotros o dos señores también sentados con espacio en medio. Quizás la película no existe y todo es real. Vida a las cuatro de la tarde en otoño de manga corta, agua que nunca deja de caer, de la fuente. Rumor acallado por vehículos que viajan a nuestra espalda, invisibles. Algo se refleja en el kiosko. Hay helados, y hay monjas, pájaros y palomas. Calman su sed. Sonidos de obra, un perro, una radio de coche se desvanece. Abre el museo. El de San Joaquín y Santa Ana. Dentro del Monasterio, obra de 1596, estarán las recoletas bernardas, también venden dulces. Mucho que ver, un Cristo de papelón, sólo hay 20 en España, los cuadros de Goya y su cuñado Bayeu en la Iglesia. Arriba celdas convertidas en museo, infinidad de objetos. Otro yaciente de Fernández, que ocupa la habitación y que es paso procesional y el niño del barro, Esteban Calderón Lobo, que en 1884 y con sus manos creo algo para el convento. Un objeto. Niño especial que se hizo grande. Google no lo recoge. Nadie parece acordarse de él. No cae la tarde todavía, pero es hora de volver. Ciudad que vemos a saltos, siempre queda algo pendiente para regresar.

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