Actual sede de la Diputación, el
Palacio de Pimentel hace esquina en la Plaza de San Pablo. Ahí nació Felipe II.
San Pablo, la iglesia, aún cerrada. Hacemos tiempo, suena música en el edificio
de enfrente. Sede militar hoy. Sonidos de desfile. Antaño fue el Palacio Real,
habitado por monarcas como Carlos I, Felipe II y Felipe III. En él nació
también el IV. En torno al patio se exponen maquetas y objetos del mobiliario
antiguo de la ciudad. La fachada de San Pablo reluce al sol. Concluida por
Simón de Colonia hacia 1500 tiene cuerpo bajo y segundo cuerpo con diferencia
de estilos. Alta la única nave central. Capillas a los lados. Tesoros en ellas.
Destacan dos yacientes de Gregorio Fernández. Uno de 1613 y otro de 1631. El
más antiguo tiene en el lado de la llaga un corte de forma cuadrada. Es una
tapa que al levantarse muestra el receptáculo para la sagrada forma. Costumbre
acreditada en España y en Inglaterra. Donado por el primer duque de Lerma,
Francisco de Sandoval y Rojas, que se encuentra enterrado en el templo junto
con su esposa. Iglesia de los Domínicos, retornan a ella en 1893. Ya no hace
falta chaqueta. Paseamos con calor para acercarnos a el coso, antigua plaza de toros
convertida en viviendas de hoy. Forma caprichosa. En Belmondo probamos una
tortilla de patatas que no pasa a la historia y en el Corcho una buena tajada
de bacalao y croquetas a un euro. Recomendable el sitio, pintoresco. A orillas
del Pisuerga se deshilacha algo blanco que no llega a nube. Azul todo, verde el
resto. Un pájaro que pica un plástico, dentro la comida. Ruido en el ambiente,
sueño, hojas, sombras que tiemblan fugazmente sobre el tronco y su corteza. El
agua de charco que no de lluvia, tiembla. Brisa que a ras de tierra mueve el
frágil equilibrio de hojas y barro. Luego en plaza, sentados, esperamos. Como
extras de película la gente cruza el espacio, seis salidas o entradas. Todos
eligen la salida correcta. Los protagonistas podemos ser nosotros o dos señores
también sentados con espacio en medio. Quizás la película no existe y todo es
real. Vida a las cuatro de la tarde en otoño de manga corta, agua que nunca
deja de caer, de la fuente. Rumor acallado por vehículos que viajan a nuestra
espalda, invisibles. Algo se refleja en el kiosko. Hay helados, y hay monjas,
pájaros y palomas. Calman su sed. Sonidos de obra, un perro, una radio de coche
se desvanece. Abre el museo. El de San Joaquín y Santa Ana. Dentro del
Monasterio, obra de 1596, estarán las recoletas bernardas, también venden
dulces. Mucho que ver, un Cristo de papelón, sólo hay 20 en España, los cuadros
de Goya y su cuñado Bayeu en la Iglesia. Arriba celdas convertidas en museo,
infinidad de objetos. Otro yaciente de Fernández, que ocupa la habitación y que
es paso procesional y el niño del barro, Esteban Calderón Lobo, que en 1884 y
con sus manos creo algo para el convento. Un objeto. Niño especial que se hizo
grande. Google no lo recoge. Nadie parece acordarse de él. No cae la tarde todavía,
pero es hora de volver. Ciudad que vemos a saltos, siempre queda algo pendiente
para regresar.
Pastel de manzana en Airfriyer
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Hace 1 semana
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