El
amor le causó la ruina. O la muerte. Allá en tierra de conquista. Tenía 37
años. Los celos rivales y la herida de muerte. Corría 1557. Antes fue poeta. Y
cantó al amor, como al de Laura Gonzaga, a quién dedicó sus “ojos claros,
serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué si me miráis, miráis
airados?...” Gutierre de Cetina, también soldado a las órdenes del
Emperador. Catalogado como villancico, lo compuso Juan Vázquez, siglo XVI, “de
los álamos vengo, madre, de ver como los menea el ayre”. Aire que baila entre
vocales latinas y griegas, pero siempre aire. Acabo con Juan del Encina que
canta al buen vivir, “hoy comamos y bebamos,…, que mañana ayunaremos…”, “por
honra de Sant Antruejo”, o lo que es lo mismo, es Carnaval. Música Cervantina,
de su tiempo. El aire de la iglesia de San Pedro de Alcobendas se llena de
sonidos. En sábado. La Coral de Alcobendas y Vox Áurea se unen para cantar, de
negros y rojos, el altar iluminado. Palabras de otro tiempo, pero siempre las
mismas. Dirigidas a otras vidas, con la misma dedicación, igual sentimiento.
Siempre el amor enredándose en la poesía. Siempre la música agitando el alma.
Lleno, aplausos, flores. Oscuridad fuera. Las calles parecen las del pasado,
oscuras, de caminantes no embozados, pocos. Lloverá, días después, siempre lo
hace en Octubre, el mes del agua por excelencia. El mes de los amaneceres
oscuros, de gotas en charcos. Con poco frío, de bosques que renacen, de caminos
que se pintan de verde y hasta de rojo, que se pueden pisar y sentir que la
tierra se ablanda, eso que llaman mullida. De hojas que dicen basta y se tiñen
de ocre, y que caerán poco a poco, perecederas. Muchos huyen de la oscuridad,
de la lluvia. Yo disfruto de las gotas que salpican, de lo que no es sino vida.
Fuente de placer, perecedero.
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