martes, 1 de noviembre de 2016

música



El amor le causó la ruina. O la muerte. Allá en tierra de conquista. Tenía 37 años. Los celos rivales y la herida de muerte. Corría 1557. Antes fue poeta. Y cantó al amor, como al de Laura Gonzaga, a quién dedicó sus “ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué si me miráis, miráis airados?...”  Gutierre de Cetina, también soldado a las órdenes del Emperador. Catalogado como villancico, lo compuso Juan Vázquez, siglo XVI, “de los álamos vengo, madre, de ver como los menea el ayre”. Aire que baila entre vocales latinas y griegas, pero siempre aire. Acabo con Juan del Encina que canta al buen vivir, “hoy comamos y bebamos,…, que mañana ayunaremos…”, “por honra de Sant Antruejo”, o lo que es lo mismo, es Carnaval. Música Cervantina, de su tiempo. El aire de la iglesia de San Pedro de Alcobendas se llena de sonidos. En sábado. La Coral de Alcobendas y Vox Áurea se unen para cantar, de negros y rojos, el altar iluminado. Palabras de otro tiempo, pero siempre las mismas. Dirigidas a otras vidas, con la misma dedicación, igual sentimiento. Siempre el amor enredándose en la poesía. Siempre la música agitando el alma. Lleno, aplausos, flores. Oscuridad fuera. Las calles parecen las del pasado, oscuras, de caminantes no embozados, pocos. Lloverá, días después, siempre lo hace en Octubre, el mes del agua por excelencia. El mes de los amaneceres oscuros, de gotas en charcos. Con poco frío, de bosques que renacen, de caminos que se pintan de verde y hasta de rojo, que se pueden pisar y sentir que la tierra se ablanda, eso que llaman mullida. De hojas que dicen basta y se tiñen de ocre, y que caerán poco a poco, perecederas. Muchos huyen de la oscuridad, de la lluvia. Yo disfruto de las gotas que salpican, de lo que no es sino vida. Fuente de placer, perecedero.

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