martes, 1 de noviembre de 2016

MNA



Las palabras se escapan y vienen, vuelven. Aparecen nuevas, detrás de cristales, en vitrinas. Afuera llueve, dentro refugio, pasillos y caminantes. Luces y sombras, piezas en la oscuridad. Hasta momias, a oscuras, en sarcófagos o protegidas por cristales que no dejan pasar la luz. El sueño eterno. La piel rugosa, oscura, pareciera cuero. Mejor no mirar a los ojos, no se vayan a abrir por un momento, escrutadores. La mañana es otoñal, de charcos. En el MNA o Museo Nacional de Arqueología se dejan los paraguas en la entrada. Incluso los abrigos. Comodidad para ver y aprender. El timaterio es un soporte para recipientes como braseros. Hay otros ascos aparte de los conocidos. Son una especie de botijos litúrgicos. Los que estuvieron antes dejaron restos que se encuentran y exponen. La vida diaria de antaño incorporó poco a poco el arte. La necesidad de expresar algo. En la forma que sea. Las figuras de bronce son pequeñas y precisas. Algunas hasta preciosas. Representaciones que claman a los dioses. Bien piden agua, o cosecha, o fertilidad. Exvotos para llamar a gritos. Que se escuche al que no entiende la vida que salta de siglos en siglos. Que deja cornamentas fosilizadas, que se calienta con el fuego, que se mueve en busca de comida. Un día se quedan quietos e inventan organizaciones, imperfectas, autoritarias, guerreras. Siempre la diferencia como excusa para ir contra el otro. Conquista, poder. Monedas, comercio. Y mas arte, para honrar a los muertos o buscar consuelo. Santuarios en los cerros, mas cerca del cielo inexplicable. Llueven las palabras, fíbulas, verracos y acicates o espuelas de talón. Objetos grandes, pequeños, todo cabe. Un recorrido por el mundo. Una muestra de lo que hemos sido. Insignificante si se quiere, pero llena de vidas pequeñas, que tallaron, gozaron, disfrutaron, admiraron, regalaron esos objetos, pulidos, conservados, clasificados por manos diestras, gozosas en el descubrimiento y en la ensoñación de acercarse por unos segundos a las sensaciones de aquellos tiempos, remotos o lejanos. Se va llenando el espacio. Afuera ya no llueve como antes. La película toca a su fin. Volvemos a la calle que nos lleva despacio hasta el barrio de Lavapiés. La vida de hoy, minuto a minuto, en bares antiguos como el Revuelta de Argumosa. La foto lo atestigua. Música en las esquinas, flamenco y swing. Instrumentos del pasado, una tabla de lavar, que se recupera para el arte. Un mercado, el de San Fernando, repleto de ofertas y gente. Bares que sirven sin parar tapas y cervezas. Gente que vive el domingo sin importarle la hora. El círculo se va cerrando. Volver al principio, desandar lo andado. Las palabras quedan anotadas. Allá donde Valle Inclán las juntaba y les ponía orden comemos las consabidas bravas. Un cuadro preside el local. Para mí tiene delito. Un toro, un pulpo, unas patatas, las uvas, vino y cerveza. Todo simétrico y ordenado. Mi espanto es mío. Expresión artística para otros. Sobre gustos no hay normas. Las palabras se agotan. Como los cuerpos, cansados, prestos a recogerse en la tarde.

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