Las
palabras se escapan y vienen, vuelven. Aparecen nuevas, detrás de cristales, en
vitrinas. Afuera llueve, dentro refugio, pasillos y caminantes. Luces y
sombras, piezas en la oscuridad. Hasta momias, a oscuras, en sarcófagos o
protegidas por cristales que no dejan pasar la luz. El sueño eterno. La piel
rugosa, oscura, pareciera cuero. Mejor no mirar a los ojos, no se vayan a abrir
por un momento, escrutadores. La mañana es otoñal, de charcos. En el MNA o
Museo Nacional de Arqueología se dejan los paraguas en la entrada. Incluso los
abrigos. Comodidad para ver y aprender. El timaterio es un soporte para
recipientes como braseros. Hay otros ascos aparte de los conocidos. Son una
especie de botijos litúrgicos. Los que estuvieron antes dejaron restos que se
encuentran y exponen. La vida diaria de antaño incorporó poco a poco el arte. La
necesidad de expresar algo. En la forma que sea. Las figuras de bronce son
pequeñas y precisas. Algunas hasta preciosas. Representaciones que claman a los
dioses. Bien piden agua, o cosecha, o fertilidad. Exvotos para llamar a gritos.
Que se escuche al que no entiende la vida que salta de siglos en siglos. Que deja
cornamentas fosilizadas, que se calienta con el fuego, que se mueve en busca de
comida. Un día se quedan quietos e inventan organizaciones, imperfectas,
autoritarias, guerreras. Siempre la diferencia como excusa para ir contra el
otro. Conquista, poder. Monedas, comercio. Y mas arte, para honrar a los
muertos o buscar consuelo. Santuarios en los cerros, mas cerca del cielo
inexplicable. Llueven las palabras, fíbulas, verracos y acicates o espuelas de
talón. Objetos grandes, pequeños, todo cabe. Un recorrido por el mundo. Una muestra
de lo que hemos sido. Insignificante si se quiere, pero llena de vidas
pequeñas, que tallaron, gozaron, disfrutaron, admiraron, regalaron esos
objetos, pulidos, conservados, clasificados por manos diestras, gozosas en el
descubrimiento y en la ensoñación de acercarse por unos segundos a las
sensaciones de aquellos tiempos, remotos o lejanos. Se va llenando el espacio. Afuera
ya no llueve como antes. La película toca a su fin. Volvemos a la calle que nos
lleva despacio hasta el barrio de Lavapiés. La vida de hoy, minuto a minuto, en
bares antiguos como el Revuelta de Argumosa. La foto lo atestigua. Música en
las esquinas, flamenco y swing. Instrumentos del pasado, una tabla de lavar,
que se recupera para el arte. Un mercado, el de San Fernando, repleto de
ofertas y gente. Bares que sirven sin parar tapas y cervezas. Gente que vive el
domingo sin importarle la hora. El círculo se va cerrando. Volver al principio,
desandar lo andado. Las palabras quedan anotadas. Allá donde Valle Inclán las
juntaba y les ponía orden comemos las consabidas bravas. Un cuadro preside el
local. Para mí tiene delito. Un toro, un pulpo, unas patatas, las uvas, vino y
cerveza. Todo simétrico y ordenado. Mi espanto es mío. Expresión artística para
otros. Sobre gustos no hay normas. Las palabras se agotan. Como los cuerpos,
cansados, prestos a recogerse en la tarde.
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