sábado, 5 de noviembre de 2016

la hoz



En Corduente los colores son los protagonistas. Me anticipo, el día será hermoso, caluroso en sus horas centrales, ideal para el camino. Pero todo tiene un principio, horas antes el día amanece diferente. Estamos a doscientos kilómetros, baja la temperatura al acercarnos al destino. Viaje con amigos hacia una provincia por descubrir. Guadalajara, hacia el norte, se torna diferente. Grado y medio en las inmediaciones de un pueblo. Llegaremos a 26. Gradientes de otoño. Hasta niebla, hermosa. Nos dice el lugareño que despejará a las doce. Lo hizo antes. Al poco de iniciar el camino se ve el sol, que antes se intuía. Andar pistas y vaguadas, pisar el frescor del rocío, de esa niebla que caló las hierbas. El centro de interpretación ofrece el resumen o el detalle, lo que se quiera. La señora que atiende está de enhorabuena. Hay visitas, y se nota que le gusta hablar. Podría hacerlo sin parar. Afán de explicar lo que se puede hacer y ver. Es su trabajo y lo hace bien. Hay mucho que ver pero todo es inalcanzable. Seguiremos lo establecido. Seguir las marcas, rojas o verdes. Dudar a veces, subir y luego bajar para llegar a un mirador, el primero, sorprendente. Visión de cañón, de rocas rojizas, de árboles que verdean, de otros que amarillean allá abajo, al lado del río. Es el Gallo que se unirá al Tajo después, sin prisa. La visión es hermosa, diferente, pacífica. La gente observa, en silencio o no. Me imagino el silencio allí. El sol que pone sombras. Bajar, recovecos, escaleras, talladas en piedra, no hay vértigo. Mas miradores, mas visiones. Acercarnos al río. Se pinta entre las rocas, se hacen fotos. Las rodillas sufren. Abajo el ruido de las aguas que fluyen. También el Santuario, de la Virgen de la Hoz, que da nombre al barranco. Aparición en el siglo XII, un joven de Ventosa busca a una vaca de su rebaño, perdida. Hay gruta de la aparición. Allí una señora del lugar nos cuenta cosas. Aquí se rodó Cuatro balazos, western del 64. Película española. Nos dice que quedó desengañada de las “mentiras” del cine. La pantalla es evasión y es incompatible a veces con la realidad. Hospedería para descansar. Multitud de hojas caídas. Llueven hojas mientras comemos sobre una alfombra amarilla y ocre, merendero pintoresco. La fuente no da agua. Los niños juegan a lo de siempre. Hay cosas que no deberían cambiar nunca. El sol en lo alto, calor. Desandar lo andado después. Camino cómodo en general, llevadero. Luego aparecerá Corduente de nuevo. Después Molina de Aragón. El castillo almenado y torreado. Banderas en lo alto. Lo recorremos. Subimos y bajamos. Hermoso en la colina. Del siglo XII, ondean banderas que describen su propiedad. Fue Aragón, fue Castilla y León. Ahora el pueblo pertenece a la otra Castilla. Guerras y fronteras, demarcaciones y divisiones. Políticas y administraciones que fijan líneas imaginarias. A los lados de esas líneas hay vidas que no entienden de otra cosa que vivir. En el pueblo hay plazas, vacías y menos. Hay bares. Hay Iglesia, de San Pedro, que se ilumina con moneda. Anochece y todavía no cambió la hora. Rumbo a Medinaceli, esta vez Soria. Oscuridad en carretera estrecha. La chica de la curva podría estar en todas ellas. No aparece. Se acerca Halloween. La otrora N-II corta el pueblo. Arriba lo antiguo. Pueblo de 500 almas, el Cristo de verdad se lo llevaron a Madrid, nos dice la señora del Hostal. Queda la réplica. Google dice que el nombre de la imagen se debe a que fueron los Duques de Medinaceli los que edificaron la iglesia de Madrid donde trasladaron la imagen, rescatada en el norte de África. Gradiente a la baja. Carlos y Mary ofrecen menú. Es sábado. El restaurante alberga muchos comensales. También el bar. Afuera la negrura. El Hostal Nicolás está limpio y ofrece descanso. Nos espera la parte alta. Cambió la hora, domingo de octubre. Frío y helada. Los coches lo dicen. La estación, y su plaza ahí al lado. No suenan los trenes. No se ven ni se oyen. El cielo azul y montañas recortadas. La Medinaceli histórica espera. Estuvieron los romanos y dejaron un arco de triple arcada. Único en la península. A su lado césped, campo de fútbol con porterías, de pueblo, para pisar. Hermoso el entorno. Se vende casa, más bien palacete. Quién pudiera comprar y hacer algo diferente. Recorremos un pueblo en el que se ha invertido, desde la iniciativa privada. Muchas casas reformadas, atractivas. Agradable el paseo. Hogares y monumentos. Iglesia de San Martín. O la de San Román, se cae. Lástima. La plaza Mayor aparece despejada de terrazas y bares. Hermosa. El palacio Ducal es espacio de arte. Bonito patio. Arte por todos los rincones. En las salas también. Un músico prepara con mimo su concierto, pone y ordena instrumentos, con delicadeza. Luego toca el piano, improvisa. Suena bien, mejor. Y crea ambiente para pararse y evocar. Y esperar. Silvia Alcalá pinta miradas, parecen infantiles, pero siempre miradas, que algo dejan entrever. O todo. Mosaicos romanos que aparecieron  en excavaciones. El mas importante está guardado. La culpa la tienen 150.000 euros. No hay dinero para contratar a quien pueda exponerlo adecuadamente. Algo falla, o faltan recursos o se gestionan mal. La Colegiata está también para que se invierta en ella. Humedades, desperfectos. Se pide dinero. No lo hay. Las rejas cierran todo lo que se podría ver. Una virgen sentada detrás. Seguimos camino, murallas, calzadas romanas y un castillo en lo alto. Es cementerio en su interior, sorpresa. Llega el día de Todos los Santos, y empiezan las visitas. Flores y ramos. Pocos muertos en un pueblo tan pequeño. Dicen que ahí puede estar enterrado Almanzor. Aquí murió, tras la batalla. Si lo está se le acumulan otros encima, mas recientes, de lápidas labradas. Los nichos en estado de abandono, algunos. El pasado en inscripciones que se pierden en el tiempo y en la memoria. Nadie cuida ya de muchos. Olvidados. Las flores no les llegarán y el abandono seguirá. Volvemos al inicio. El pueblo se llenó, todos buscan algo. Colas en la oficina de Turismo. Avidez por encontrar novedades, alejadas de rutinas. Nosotros queremos acomodo para comer. De nuevo al aire libre, entre una carretera de escaso tráfico y otra, la A2 que está ahí arriba, muy alta, silenciosa. Merendero de mesas de piedra. Sin frío. Lo contrario. La vía del tren espera. Y de repente viene, enfila una breve curva, es un media distancia. No silba, no saluda. Simplemente pasa, la vía no está muerta. Sigue viva y lista para que se deslicen vidas, de un sitio a otro. Vidas que quizás nos vieron. Apasionante el viajar, el moverse, sin prisa, sin más. Moverse para entender, para alejarse, o simplemente para que las horas vengan y vayan de otra forma.

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