Martes,
chocolate con churros en los Nazaríes. Son porras con nombre cambiado. Una ración
da para dos. Exagerados en el servir. Sol, frío, cielo azul. En la Iglesia de
San Miguel está enterrada la familia Díaz-Guerrero, cinco miembros murieron el
20 de agosto de 1936. Otro hijo muere en septiembre del 38. San Miguel hace un
escorzo en una peana para matar al demonio. Dice San Juan de la Cruz, “a la
tarde te examinarán en el amor”. El Monasterio de la Purísima Concepción lo
llevan las Carmelitas Descalzas. Nos abre una hermana. Después de una breve
espera. No oyen ni el timbre del torno ni el teléfono que suena adentro. Luego acudieron,
y tras breve conversación vino ella a interesarse por nuestras intenciones. Ausencia
de prisa, o bendición. Pequeño museo, se exponen “Los tesoros de la clausura”. Allí
desde 1595. Piezas pequeñas, mucho niño Jesús, de pasión. Un San Antonio que
puede ser de Pedro de Mena. Un par de salas. Encerrados bajo llave tenemos que
tocar la campanilla al pie de la escalera. La misma hermana nos sacará de la
prisión momentánea. Buscamos a San Juan de la Cruz por las calles de Úbeda. Placa
para el poeta: “buscando mis amores yré por esos montes y riberas, ni cogeré
las flores, ni temeré las fieras, y passaré los fuertes y fronteras”. Hay otra
poesía en las calles, la de trazos azules sobre fondo blanco. Con letras
grandes, para que se vea bien, y se lea mejor. Sobre todo ella, “late mi
corazón por ti…sin tiempo…ni espacio…sólo pensando en ti. No te fallaré. Contigo
yo quiero envejecer. Te amo.” Hay palmeras al borde de la pared. También hay
dos jóvenes en la plaza Primero de Mayo. Abrazados al sol. Podrían protagonizar
lo anterior. El colegio queda en otro mundo. Se pica acera y se barren hojas. La
gente, escaza, cruza. El templete en una esquina. San Juan en el centro. Los pájaros
a lo suyo, que es cantar. Los jóvenes, también, a amarse. El silencio
interrumpido. Nueva visión de sierras al fondo y sólo olivares. Muñoz Molina
nació en esa casa. Persianas bajadas. Seguimos con el santo. Por esa puerta
entró enfermo tres meses antes de morir. A un convento, los carmelitas
descalzos. Allí muere un 14 de diciembre, 1591. Por ahí entramos, al Museo, para
recorrer con calma. A curar calenturillas desde La Carolina, dice la audioguía que vino.
Hay reliquias y oratorio, o pequeña iglesia dedicada en su honor. Retablo mayor
hecho por carmelitas, se termina hacia 1760. La talla principal es de Higueras.
En el coro la celda donde murió. Escultura yacente realizada por Francisco
Palma Burgos en 1952. (Málaga,1918-1985). Bonito espacio. Escaleras hasta la
celda. En penumbra. Reliquias. Los restos se trasladaron a Segovia. Muere bajo el
tañido de las campanas de San Salvador, “a romper la tela del dulce encuentro”.
Escuchando el cantar de los cantares. Oscuridad. Mas salas, retratos del santo,
objetos, reconstrucción de su celda. Medio fraile, le llamaba Santa Teresa,
medía 1,63. “Se ve bien teniendo el ojo lleno de lo que se mira”. La frase es
de Chillida. Quizás se pueda aplicar a Francisco Romero Zafra, escultor
cordobés, nacido en 1956. Un par de obras suyas expuestas, reales, verídicas. Seguimos
camino, hasta San Lorenzo, abierto por obras. O por reparación. Ni siquiera los
franceses hacen tanto destrozo. Tal es el estado en el queda el templo tras la
guerra civil. Nos lo cuenta la encargada. Tras la contienda sirve de
alojamiento para familias, taller de artistas, etc. Hoy con ayuda privada vía
fundación, Huerta de San Antonio, se intenta poner en orden. Se ha excavado, se
han sacado cráneos, tumbas,…las paredes tienen de todo, desde restos antiguos
hasta un escudo futbolístico. Bocetos varios. Se visita también el adarve, al
sol. Preciosas las vistas. Hacer fotos al sol sin saber dónde y a mi sombra sin
saber cómo. El campo, o el valle del Guadalquivir, plácido ahí abajo. Las iglesias
en obras son siempre un misterio, suelo excavado para desentrañar pasados. Expone
también Vico, Alejandro. El título es miopía. Visión distorsionada, sin gafas. O
escenas donde todos vemos algo, aunque sea impreciso.
domingo, 27 de noviembre de 2016
úbeda-2
Después
de comer, calles semi vacías. Nos dirigimos al Hospital de Santiago. Pasamos
por la Plaza de Andalucía. Allí se encuentra la estatua erigida al General
Saro, Conde de las playas de Ixdain, merced otorgada tras el desembarco de
Alhucemas en el que participó activamente. Estaba en la reserva cuando es
fusilado al principio de la guerra civil. El hospital es hoy un centro cultural
y asociativo. Encargo de Diego de los Cobos, hermano de Vázquez de Molina en
1562. Obra de Vandelvira. En recepción el encargado tiene pocas ganas de
hablar. Se oculta bajo una barba blanca. Una nota en la puerta que habla de los
cerros de Úbeda. Dicen que allá por 1233, Fernando III reconquista la ciudad. Y
que uno de sus oficiales no participa. Al aparecer comentó que se había perdido
por sus cerros. Columnas de Carrara en el patio. Naranjos también. Más patios.
No huele a hospital, tanto tiempo que pasó, pero todo apunta a ello. Galería
superior con ventanales. Luz y calor para los enfermos. Aislados, un poco a las
afueras. Escaleras de altos techos y capilla que alberga un cuadro del
fundador. Las banderas, cuatro, presiden el escenario, apto para todo tipo de
actos. Seguimos paseando. No conocíamos la tradición alfarera de Úbeda, la
sugerencia de visitar talleres y tiendas fue realmente buena. De tronco común
surgen ramas. De Pablo Tito, el patriarca, tres diferentes negocios. Empezamos
por el taller tienda de Melchor Tito. Una señora mayor nos atendió y nos contó
que hubo hasta sesenta alfareros. Hoy quedan pocos. Muchos son familia. La
conversación nos lleva a colores verdes, al color de la aceituna, o del aceite,
a diseños nuevos, a técnicas antiguas. A negocios que ya no son lo que eran. Ya
van por la quinta generación. El más pequeño ya hace sus cosas. Ritos de
siempre antes de cocer en horno árabe. Rezar y poner doce cuencos de orujo, o
residuo que queda después de extraído el aceite. Utensilios de toda la vida,
unos tan desconocidos como la paridera. Herencias árabes. Mil grados en el
horno. Compramos una benditera, de ese color tan característico. Seguimos
camino, Paco Tito nos recibe a la puerta de su museo y tienda. Amanece para
todos, dice. Hay recelos y rencillas entre algunos familiares. Ley de vida. Hay
mas Titos que coches, menciona también. Museo escaleras arriba. Se sale de la
cerámica para crear arte en forma de escultura. Hermosas piezas. Su padre y su
mujer presiden la entrada, esculpidos. Arriba, fotos y obras. El antiguo rey en
algunas. Es la calle Valencia, barrio de alfareros, de calles adoquinadas,
incómodas para el pie. De cuestas y de gatos en ventanas de casas blancas,
silenciosas. Como la redonda de miradores, calle que se abre al vacío del
olivar. Cazorla y Mágina en la lejanía. Colinas y ondulaciones del terreno
donde viven olivos sin número. Nos falta una rama, es Juan Tito, está
trabajando, modelando, plaza del ayuntamiento, creando pequeñas vasijas, parece
fácil. Manos que mojan agua y moldean, e hilo que corta el barro, y la materia
prima que gira sin parar. Luego pintar, luego hornear. Miles de piezas
alrededor. Tienda rebosante. Dice que el nombre, o la marca, le deberían
pertenecer a él. Amigo de Sabina. Nos habla del chupacharcos y nos lo
demuestra. Como extraer agua del arroyo, aprovechando lo limpio, ni el fondo ni
la superficie. Herencia del tiempo, de las mujeres árabes. Dejamos a Juan
trabajando, pelo blanco, largo. Paseamos hasta la Basílica de Santa María de
los Reales Alcazares. Edificada sobre mezquita tras la conquista de la ciudad
en 1233 por Fernando III. Infinitas reformas. Guerras y demás hacen que el
templo haya tenido diferentes configuraciones. Mucha escultura del XX, obras
que saldrán en procesión, de Jacinto Higueras y Francisco Palma. Cofradías
lejanas en el tiempo, como de 1577, la de Jesús Nazareno. Altar presidido por
Cristo crucificado, el de los cuatro clavos, obra del XV. En escorzo. De
Benlliure un Jesús caído, de 1942. Y un Cristo de los Toreros, anónimo, del XVII.
Noche de luces amarillas, o tarde. Poca vida en la zona céntrica. Es lunes. En
San Pedro dos feligreses y monjas tras la celosía. La misa va a comenzar. Tapas
con cañas en la cantina de la estación. Y un par de ellas mas aparte. Vagón de
otros siglos como comedor para cenar de carta. Soledad en la vuelta. Sueños
bajo vigas de madera y paredes blancas. Silencio absoluto en la noche. domingo, 20 de noviembre de 2016
úbeda-1
Miles
de almas en danza. Paradas o moviéndose lentamente. Depende de si van al norte
o al sur. Hacia el norte el tránsito es lánguido, interminable. Buscando su
trabajo. Viajamos hacia el sur. Lunes de mañana. La semana empieza para todos. Kilómetros
de asfalto y de atasco. Llegarán, siempre sucede. Así un día sí y otro también.
Antes del límite de la provincia de Madrid el tráfico se diluye. Sólo quedamos los
que se aventuran en tierras de Castilla y los que se fueron tan lejos a vivir
buscando otra cosa. Algo más que coche. Llega el lunes para recordar que el
coche es básico. La solución puede ser trabajar en un pueblo. Los muchos que
visitamos alejados de las grandes urbes viven a otro ritmo. El suyo propio, el
tirarse de la cama y estar en el trabajo, como nos cuenta el empleado de un
parking de Úbeda. Probó Madrid, dos años, y no podía vivir ahí. El ir a casa a comer,
volver y otra vez a casa, a un paso, es un lujo. El no estar parado mirando luces
infinitas y caras somnolientas. Eso debe de valer algo. En la gran urbe, todo
tan impersonal y anónimo puede ser maravilloso. Pero con coste. Niebla
en el Tajo que surca Aranjuez. Esporádica. Dijo alguien en la tele,
definiéndose, “soy esporádico”. Será que aparece y desaparece, o vive y muere
cada día. Sol que nace por el este y ciega. Pueblo con nombre de antaño. Llanos
del Caudillo. Dice el alcalde que estaría dispuesto a someter a referéndum el
cambio de nombre. Denunciado por incumplir la Ley de Memoria Histórica. Ya un
anterior plebiscito votó en contra del cambio. Frío en La Mancha. Pasamos Despeñaperros
y aparecen los olivos. Manchas verdes sobre tierra, ingentes hileras. Paisaje distinto.
Aceitunas por recoger o recogidas. Toda una cultura, la del olivo, y una provincia
que vive en torno a él. Llegamos a Úbeda. Nos cuenta Macarena, dueña del hotel,
que debería llover para madurar lo que queda por recoger. Hay diversos momentos
para ello. Un aceite temprano, ya a la venta y el que saldrá de la siguiente
recogida. Colores verdes y otros mas oscuros para ese fruto de formas
caprichosas. Amabilidad y mil explicaciones en nuestra llegada. Hotel con
encanto, casa solariega del XVI en plaza del mismo nombre, Álvaro de Torres,
regidor de Úbeda. Frío y sol. Esa será la constante de los primeros días. Tiempo
de visitas, empezamos por la plaza Vázquez de Molina. Extensa y llena de
piedra. Preciosa. En un frente la Sacra Capilla del Salvador. Vázquez de Molina
estuvo al servicio de Carlos V, y heredó la función de secretario de estado a
la muerte de su tío Francisco de los Cobos. Es éste quien manda construir en
1536 la Capilla de El Salvador, para que sirva como panteón familiar. Imponente
edificio por fuera, parece recogerse en su interior. Diego de Siloé como
diseñador y Andrés de Vandelvira como ejecutor. La obra se concluye en 1559. En
la cripta enterraron los cuerpos de De los Cobos y esposa. El esculpido de la
portada es obra de Esteban Jamete, francés, de quien dice la audio guía que
trabajaba mejor bajo la influencia del vino. El retablo es del XVI, encargo de María
de Mendoza en 1559, ya viuda del secretario real. Lo talló Alonso Berruguete. Puro
espectáculo. Seis figuras, cinco rehechas tras la guerra civil siguiendo fotos antiguas e intentando mantener la ejecución de Berruguete. Quedó el
Salvador solamente. Se salvó de la destrucción al no poder ser separado del retablo. Hora
de comer. Siguiendo recomendaciones vamos a la Imprenta. Menú del día por 18
euros. Bonita decoración. Mantelería de flores antiguas, grises y negros. Estilo
papel pintado de nuestras casas de la infancia. Local pequeño que en otros días
sería imposible visitar sin reserva. El potaje de garbanzos y espinacas es difícilmente
superable. El bacalao al horno gratinado con alioli también. Un placer para los
sentidos.sábado, 12 de noviembre de 2016
chiisakobee
Manga, se lee al revés. Todo es
diferente. Adaptación de una obra de Yamamoto. Japonés. Los rasgos orientales
casi perdidos. Los personajes se dibujan, esbeltos. Todo por descubrir. Dos
mujeres, un hombre, unos niños. Una tragedia. Todo por venir. El primer volumen
acaba. El título se nombra, al final. Hay que seguir leyendo, ¿qué hay detrás
de todo esto?
Chiisakobee. Minetaro Mochizuki. 2013
la hija
Escondido en la biblioteca. Regalo de
cumpleaños, de hace siete ya. Muchos libros en uno, quizás. Una primera parte
oscura y dura. La infancia descarnada. Emigrantes alemanes huyendo de los
nazis. La palabra judío no se nombra. La religión está fuera de sus vidas. América
y la tierra prometida. La miseria. El idioma. El ambiente se vuelve opresivo,
no se puede vivir así. ¿Hubo amor en algún punto? Toda la vida se quedó en
Europa. Desencadenantes, sucesos. Una nueva vida. A olvidar lo pasado. Matrimonio,
huída, miedo. Sigue la dureza. Hay que seguir huyendo. Es ella, la
protagonista. No lo hará sola. Otra vida, nueva. Diferente. Momentos de
felicidad. Parece mentira. Sin querer mirar atrás. Es imposible. Un final con
cartas, con miradas. Novela para no olvidar.
La hija del sepulturero. Joyce Carol
Oates. 2007
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