domingo, 27 de noviembre de 2016

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Después de comer, calles semi vacías. Nos dirigimos al Hospital de Santiago. Pasamos por la Plaza de Andalucía. Allí se encuentra la estatua erigida al General Saro, Conde de las playas de Ixdain, merced otorgada tras el desembarco de Alhucemas en el que participó activamente. Estaba en la reserva cuando es fusilado al principio de la guerra civil. El hospital es hoy un centro cultural y asociativo. Encargo de Diego de los Cobos, hermano de Vázquez de Molina en 1562. Obra de Vandelvira. En recepción el encargado tiene pocas ganas de hablar. Se oculta bajo una barba blanca. Una nota en la puerta que habla de los cerros de Úbeda. Dicen que allá por 1233, Fernando III reconquista la ciudad. Y que uno de sus oficiales no participa. Al aparecer comentó que se había perdido por sus cerros. Columnas de Carrara en el patio. Naranjos también. Más patios. No huele a hospital, tanto tiempo que pasó, pero todo apunta a ello. Galería superior con ventanales. Luz y calor para los enfermos. Aislados, un poco a las afueras. Escaleras de altos techos y capilla que alberga un cuadro del fundador. Las banderas, cuatro, presiden el escenario, apto para todo tipo de actos. Seguimos paseando. No conocíamos la tradición alfarera de Úbeda, la sugerencia de visitar talleres y tiendas fue realmente buena. De tronco común surgen ramas. De Pablo Tito, el patriarca, tres diferentes negocios. Empezamos por el taller tienda de Melchor Tito. Una señora mayor nos atendió y nos contó que hubo hasta sesenta alfareros. Hoy quedan pocos. Muchos son familia. La conversación nos lleva a colores verdes, al color de la aceituna, o del aceite, a diseños nuevos, a técnicas antiguas. A negocios que ya no son lo que eran. Ya van por la quinta generación. El más pequeño ya hace sus cosas. Ritos de siempre antes de cocer en horno árabe. Rezar y poner doce cuencos de orujo, o residuo que queda después de extraído el aceite. Utensilios de toda la vida, unos tan desconocidos como la paridera. Herencias árabes. Mil grados en el horno. Compramos una benditera, de ese color tan característico. Seguimos camino, Paco Tito nos recibe a la puerta de su museo y tienda. Amanece para todos, dice. Hay recelos y rencillas entre algunos familiares. Ley de vida. Hay mas Titos que coches, menciona también. Museo escaleras arriba. Se sale de la cerámica para crear arte en forma de escultura. Hermosas piezas. Su padre y su mujer presiden la entrada, esculpidos. Arriba, fotos y obras. El antiguo rey en algunas. Es la calle Valencia, barrio de alfareros, de calles adoquinadas, incómodas para el pie. De cuestas y de gatos en ventanas de casas blancas, silenciosas. Como la redonda de miradores, calle que se abre al vacío del olivar. Cazorla y Mágina en la lejanía. Colinas y ondulaciones del terreno donde viven olivos sin número. Nos falta una rama, es Juan Tito, está trabajando, modelando, plaza del ayuntamiento, creando pequeñas vasijas, parece fácil. Manos que mojan agua y moldean, e hilo que corta el barro, y la materia prima que gira sin parar. Luego pintar, luego hornear. Miles de piezas alrededor. Tienda rebosante. Dice que el nombre, o la marca, le deberían pertenecer a él. Amigo de Sabina. Nos habla del chupacharcos y nos lo demuestra. Como extraer agua del arroyo, aprovechando lo limpio, ni el fondo ni la superficie. Herencia del tiempo, de las mujeres árabes. Dejamos a Juan trabajando, pelo blanco, largo. Paseamos hasta la Basílica de Santa María de los Reales Alcazares. Edificada sobre mezquita tras la conquista de la ciudad en 1233 por Fernando III. Infinitas reformas. Guerras y demás hacen que el templo haya tenido diferentes configuraciones. Mucha escultura del XX, obras que saldrán en procesión, de Jacinto Higueras y Francisco Palma. Cofradías lejanas en el tiempo, como de 1577, la de Jesús Nazareno. Altar presidido por Cristo crucificado, el de los cuatro clavos, obra del XV. En escorzo. De Benlliure un Jesús caído, de 1942. Y un Cristo de los Toreros, anónimo, del XVII. Noche de luces amarillas, o tarde. Poca vida en la zona céntrica. Es lunes. En San Pedro dos feligreses y monjas tras la celosía. La misa va a comenzar. Tapas con cañas en la cantina de la estación. Y un par de ellas mas aparte. Vagón de otros siglos como comedor para cenar de carta. Soledad en la vuelta. Sueños bajo vigas de madera y paredes blancas. Silencio absoluto en la noche.

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