Miles
de almas en danza. Paradas o moviéndose lentamente. Depende de si van al norte
o al sur. Hacia el norte el tránsito es lánguido, interminable. Buscando su
trabajo. Viajamos hacia el sur. Lunes de mañana. La semana empieza para todos. Kilómetros
de asfalto y de atasco. Llegarán, siempre sucede. Así un día sí y otro también.
Antes del límite de la provincia de Madrid el tráfico se diluye. Sólo quedamos los
que se aventuran en tierras de Castilla y los que se fueron tan lejos a vivir
buscando otra cosa. Algo más que coche. Llega el lunes para recordar que el
coche es básico. La solución puede ser trabajar en un pueblo. Los muchos que
visitamos alejados de las grandes urbes viven a otro ritmo. El suyo propio, el
tirarse de la cama y estar en el trabajo, como nos cuenta el empleado de un
parking de Úbeda. Probó Madrid, dos años, y no podía vivir ahí. El ir a casa a comer,
volver y otra vez a casa, a un paso, es un lujo. El no estar parado mirando luces
infinitas y caras somnolientas. Eso debe de valer algo. En la gran urbe, todo
tan impersonal y anónimo puede ser maravilloso. Pero con coste. Niebla
en el Tajo que surca Aranjuez. Esporádica. Dijo alguien en la tele,
definiéndose, “soy esporádico”. Será que aparece y desaparece, o vive y muere
cada día. Sol que nace por el este y ciega. Pueblo con nombre de antaño. Llanos
del Caudillo. Dice el alcalde que estaría dispuesto a someter a referéndum el
cambio de nombre. Denunciado por incumplir la Ley de Memoria Histórica. Ya un
anterior plebiscito votó en contra del cambio. Frío en La Mancha. Pasamos Despeñaperros
y aparecen los olivos. Manchas verdes sobre tierra, ingentes hileras. Paisaje distinto.
Aceitunas por recoger o recogidas. Toda una cultura, la del olivo, y una provincia
que vive en torno a él. Llegamos a Úbeda. Nos cuenta Macarena, dueña del hotel,
que debería llover para madurar lo que queda por recoger. Hay diversos momentos
para ello. Un aceite temprano, ya a la venta y el que saldrá de la siguiente
recogida. Colores verdes y otros mas oscuros para ese fruto de formas
caprichosas. Amabilidad y mil explicaciones en nuestra llegada. Hotel con
encanto, casa solariega del XVI en plaza del mismo nombre, Álvaro de Torres,
regidor de Úbeda. Frío y sol. Esa será la constante de los primeros días. Tiempo
de visitas, empezamos por la plaza Vázquez de Molina. Extensa y llena de
piedra. Preciosa. En un frente la Sacra Capilla del Salvador. Vázquez de Molina
estuvo al servicio de Carlos V, y heredó la función de secretario de estado a
la muerte de su tío Francisco de los Cobos. Es éste quien manda construir en
1536 la Capilla de El Salvador, para que sirva como panteón familiar. Imponente
edificio por fuera, parece recogerse en su interior. Diego de Siloé como
diseñador y Andrés de Vandelvira como ejecutor. La obra se concluye en 1559. En
la cripta enterraron los cuerpos de De los Cobos y esposa. El esculpido de la
portada es obra de Esteban Jamete, francés, de quien dice la audio guía que
trabajaba mejor bajo la influencia del vino. El retablo es del XVI, encargo de María
de Mendoza en 1559, ya viuda del secretario real. Lo talló Alonso Berruguete. Puro
espectáculo. Seis figuras, cinco rehechas tras la guerra civil siguiendo fotos antiguas e intentando mantener la ejecución de Berruguete. Quedó el
Salvador solamente. Se salvó de la destrucción al no poder ser separado del retablo. Hora
de comer. Siguiendo recomendaciones vamos a la Imprenta. Menú del día por 18
euros. Bonita decoración. Mantelería de flores antiguas, grises y negros. Estilo
papel pintado de nuestras casas de la infancia. Local pequeño que en otros días
sería imposible visitar sin reserva. El potaje de garbanzos y espinacas es difícilmente
superable. El bacalao al horno gratinado con alioli también. Un placer para los
sentidos.
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