domingo, 20 de noviembre de 2016

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Miles de almas en danza. Paradas o moviéndose lentamente. Depende de si van al norte o al sur. Hacia el norte el tránsito es lánguido, interminable. Buscando su trabajo. Viajamos hacia el sur. Lunes de mañana. La semana empieza para todos. Kilómetros de asfalto y de atasco. Llegarán, siempre sucede. Así un día sí y otro también. Antes del límite de la provincia de Madrid el tráfico se diluye. Sólo quedamos los que se aventuran en tierras de Castilla y los que se fueron tan lejos a vivir buscando otra cosa. Algo más que coche. Llega el lunes para recordar que el coche es básico. La solución puede ser trabajar en un pueblo. Los muchos que visitamos alejados de las grandes urbes viven a otro ritmo. El suyo propio, el tirarse de la cama y estar en el trabajo, como nos cuenta el empleado de un parking de Úbeda. Probó Madrid, dos años, y no podía vivir ahí. El ir a casa a comer, volver y otra vez a casa, a un paso, es un lujo. El no estar parado mirando luces infinitas y caras somnolientas. Eso debe de valer algo. En la gran urbe, todo tan impersonal y anónimo puede ser maravilloso. Pero con coste. Niebla en el Tajo que surca Aranjuez. Esporádica. Dijo alguien en la tele, definiéndose, “soy esporádico”. Será que aparece y desaparece, o vive y muere cada día. Sol que nace por el este y ciega. Pueblo con nombre de antaño. Llanos del Caudillo. Dice el alcalde que estaría dispuesto a someter a referéndum el cambio de nombre. Denunciado por incumplir la Ley de Memoria Histórica. Ya un anterior plebiscito votó en contra del cambio. Frío en La Mancha. Pasamos Despeñaperros y aparecen los olivos. Manchas verdes sobre tierra, ingentes hileras. Paisaje distinto. Aceitunas por recoger o recogidas. Toda una cultura, la del olivo, y una provincia que vive en torno a él. Llegamos a Úbeda. Nos cuenta Macarena, dueña del hotel, que debería llover para madurar lo que queda por recoger. Hay diversos momentos para ello. Un aceite temprano, ya a la venta y el que saldrá de la siguiente recogida. Colores verdes y otros mas oscuros para ese fruto de formas caprichosas. Amabilidad y mil explicaciones en nuestra llegada. Hotel con encanto, casa solariega del XVI en plaza del mismo nombre, Álvaro de Torres, regidor de Úbeda. Frío y sol. Esa será la constante de los primeros días. Tiempo de visitas, empezamos por la plaza Vázquez de Molina. Extensa y llena de piedra. Preciosa. En un frente la Sacra Capilla del Salvador. Vázquez de Molina estuvo al servicio de Carlos V, y heredó la función de secretario de estado a la muerte de su tío Francisco de los Cobos. Es éste quien manda construir en 1536 la Capilla de El Salvador, para que sirva como panteón familiar. Imponente edificio por fuera, parece recogerse en su interior. Diego de Siloé como diseñador y Andrés de Vandelvira como ejecutor. La obra se concluye en 1559. En la cripta enterraron los cuerpos de De los Cobos y esposa. El esculpido de la portada es obra de Esteban Jamete, francés, de quien dice la audio guía que trabajaba mejor bajo la influencia del vino. El retablo es del XVI, encargo de María de Mendoza en 1559, ya viuda del secretario real. Lo talló Alonso Berruguete. Puro espectáculo. Seis figuras, cinco rehechas tras la guerra civil siguiendo fotos antiguas e intentando mantener la ejecución de Berruguete. Quedó el Salvador solamente. Se salvó de la destrucción al no poder ser separado del retablo. Hora de comer. Siguiendo recomendaciones vamos a la Imprenta. Menú del día por 18 euros. Bonita decoración. Mantelería de flores antiguas, grises y negros. Estilo papel pintado de nuestras casas de la infancia. Local pequeño que en otros días sería imposible visitar sin reserva. El potaje de garbanzos y espinacas es difícilmente superable. El bacalao al horno gratinado con alioli también. Un placer para los sentidos.

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