Es
lunes de agosto, el mes se va pasando. De Madrid a Cuenca, la autovía que llega
a la ciudad castellano manchega está vacía de tráfico. Se toma la ribera del
Júcar para seguir hacia la serranía. Se empina el firme y se retuerce el
trazado. Dejamos a un lado el desvío hacia la ciudad encantada y afrontamos el
puerto de el Cubillo. Llegará a los 1600 metros. Cuestas y curvas. Dejamos una
serranía y nos metemos en la sierra de Albarracín. Otro alto, el de las
Banderas. Cambiamos de provincia en algún punto. No será el mejor camino para
ir al pueblo de Albarracín pero es bonito. Por ahí nace el Tajo. Hay peñascos,
pinos y formaciones vegetales redondas que vistas desde el cielo parecerán de
otro planeta. La naturaleza y sus caprichosas formas. Hay desfiladero y agua.
Un Júcar débil. Y gente en Albarracín que luce sol y cuestas. Dejar las cosas en
el hotel y echarnos a andar. La primera cuesta impone. Luego suaviza. Hora de
comer. Elegimos La Parroquia, mesón. Muy bien. Pequeño comedor entre piedras. Gazpacho
excelente. La carta viene escrita a boli en cuaderno de espiral. Es Albarracín
un pueblo abrazado por un río, se trata del Guadalaviar, que acaba de nacer en
la sierra. En Teruel cambiará de nombre y se convertirá en el Turia que llegará
a Valencia. Río blanco es su nombre. Enclave ideal para establecerse. Agua y
refugio entre montañas. Paseamos. La ermita de San Juan tiene un cartel que
dice que es de Don Salvador Mora. Luego la veremos. Rejas en ventanas y
balcones. Calles estrechas. La casa de los Navarro de Arzuriaga es azul, se diferencia
del resto con tonos ocres. Signo de distinción. Dicen que la familia prosperó
gracias a la trashumancia. En un callejón sopla a aire que trae olor a gamba
plancha y se oyen voces que no se ven. Van y vienen mas olores de barbacoa, se
llama a la madre y llegan palabras en valenciano o catalán. Parejas con manos
enlazadas o no. Se buscan pokemons. Son niños con móvil que no soltarán. Hacemos
tiempo para visitar el museo Diocesano. Escaleras para acceder al claustro de
la Catedral, por ahí se entra. Hay colección de tapices. Aprendemos que el Papa
Luna fue enfermero del templo del Salvador. Y que San José de Calasanz trabajó
aquí. Música ambiental, obras anónimas en su mayoría. La obra sorpresa llega al
final, en una sala que parece escondida. Se trata de una estampación a buril y
aguafuerte de gran formato. La apariencia es que estuviera pintada a tinta con
precisión milimétrica. La protege un cristal. Es obra de Francois Langot,
francés (1640-1680), dibujante y grabador. Una Anunciación. El resultado es
fascinante. Dudas sobre la autoría de la naveta, o recipiente para guardar el
incienso, que adopta forma de pez, tallado sobre cristal de roca. Se dice que
podría ser obra de Cellini. Dejamos el interesante museo y nos acercamos al
museo de Albarracín que ocupa el antiguo Hospital y luego cárcel. Suena también
una agradable música. Le dice Ignacio Zuloaga a Manuel de Falla en carta de
1921, “llego de Albarracín, no hables a nadie de ello….aquello es lo mas grande
que hasta ahora he visto”. Recorremos historia de la ciudad, el pueblo ha
cambiado, lo dicen las fotos. Paneles explicativos y múltiples objetos. Video teatralizado.
Parada para retomar fuerzas y beber agua. No se oyen los pájaros. El silencio
parece total. Sólo moscas que zumban, locas, anárquicas. El viento no existe. Quizás
esto sea la quietud. Hacemos visita guiada al castillo o alcazaba. Interesante y
calurosa. No hubo reconquista aquí. Hubo regalo del rey musulmán y murciano Lobo
a los nobles navarros llamados de Azagra. Originariamente un asentamiento del
clan bereber de los Banu Razin. Se ven las delimitaciones de estancias y
habitáculos. De paso nos enseñan la ermita de San Juan, hoy sala de
conferencias. Allá está enterrado el propietario. Tiempo de subir a la Torre
Blanca, una de las tres torres defensivas. Quedan dos. Hoy sala de exposiciones
de las obras realizadas durante el curso anual de pintura que se realiza en
verano en el pueblo. Vistas del pueblo. Ganan los cuadros de poca definición,
ninguna en algún caso. La entrada a la torre sobrevuela tumbas, lápidas y
túmulos de tierra. Inquietante vista. Allí abajo también hay espacio para
caídos en la guerra civil. Hora de cenar. En terraza con vistas a la muralla que
acaba iluminándose. Es el restaurante Casino. Bien y a buen precio. Buenas las
croquetas de jamón y coronillas. Hay muchas estrellas, quizás cientos. Luz en
la Alcazaba. Noche profunda y oscura.
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