domingo, 28 de agosto de 2016

albarracín-1



Es lunes de agosto, el mes se va pasando. De Madrid a Cuenca, la autovía que llega a la ciudad castellano manchega está vacía de tráfico. Se toma la ribera del Júcar para seguir hacia la serranía. Se empina el firme y se retuerce el trazado. Dejamos a un lado el desvío hacia la ciudad encantada y afrontamos el puerto de el Cubillo. Llegará a los 1600 metros. Cuestas y curvas. Dejamos una serranía y nos metemos en la sierra de Albarracín. Otro alto, el de las Banderas. Cambiamos de provincia en algún punto. No será el mejor camino para ir al pueblo de Albarracín pero es bonito. Por ahí nace el Tajo. Hay peñascos, pinos y formaciones vegetales redondas que vistas desde el cielo parecerán de otro planeta. La naturaleza y sus caprichosas formas. Hay desfiladero y agua. Un Júcar débil. Y gente en Albarracín que luce sol y cuestas. Dejar las cosas en el hotel y echarnos a andar. La primera cuesta impone. Luego suaviza. Hora de comer. Elegimos La Parroquia, mesón. Muy bien. Pequeño comedor entre piedras. Gazpacho excelente. La carta viene escrita a boli en cuaderno de espiral. Es Albarracín un pueblo abrazado por un río, se trata del Guadalaviar, que acaba de nacer en la sierra. En Teruel cambiará de nombre y se convertirá en el Turia que llegará a Valencia. Río blanco es su nombre. Enclave ideal para establecerse. Agua y refugio entre montañas. Paseamos. La ermita de San Juan tiene un cartel que dice que es de Don Salvador Mora. Luego la veremos. Rejas en ventanas y balcones. Calles estrechas. La casa de los Navarro de Arzuriaga es azul, se diferencia del resto con tonos ocres. Signo de distinción. Dicen que la familia prosperó gracias a la trashumancia. En un callejón sopla a aire que trae olor a gamba plancha y se oyen voces que no se ven. Van y vienen mas olores de barbacoa, se llama a la madre y llegan palabras en valenciano o catalán. Parejas con manos enlazadas o no. Se buscan pokemons. Son niños con móvil que no soltarán. Hacemos tiempo para visitar el museo Diocesano. Escaleras para acceder al claustro de la Catedral, por ahí se entra. Hay colección de tapices. Aprendemos que el Papa Luna fue enfermero del templo del Salvador. Y que San José de Calasanz trabajó aquí. Música ambiental, obras anónimas en su mayoría. La obra sorpresa llega al final, en una sala que parece escondida. Se trata de una estampación a buril y aguafuerte de gran formato. La apariencia es que estuviera pintada a tinta con precisión milimétrica. La protege un cristal. Es obra de Francois Langot, francés (1640-1680), dibujante y grabador. Una Anunciación. El resultado es fascinante. Dudas sobre la autoría de la naveta, o recipiente para guardar el incienso, que adopta forma de pez, tallado sobre cristal de roca. Se dice que podría ser obra de Cellini. Dejamos el interesante museo y nos acercamos al museo de Albarracín que ocupa el antiguo Hospital y luego cárcel. Suena también una agradable música. Le dice Ignacio Zuloaga a Manuel de Falla en carta de 1921, “llego de Albarracín, no hables a nadie de ello….aquello es lo mas grande que hasta ahora he visto”. Recorremos historia de la ciudad, el pueblo ha cambiado, lo dicen las fotos. Paneles explicativos y múltiples objetos. Video teatralizado. Parada para retomar fuerzas y beber agua. No se oyen los pájaros. El silencio parece total. Sólo moscas que zumban, locas, anárquicas. El viento no existe. Quizás esto sea la quietud. Hacemos visita guiada al castillo o alcazaba. Interesante y calurosa. No hubo reconquista aquí. Hubo regalo del rey musulmán y murciano Lobo a los nobles navarros llamados de Azagra. Originariamente un asentamiento del clan bereber de los Banu Razin. Se ven las delimitaciones de estancias y habitáculos. De paso nos enseñan la ermita de San Juan, hoy sala de conferencias. Allá está enterrado el propietario. Tiempo de subir a la Torre Blanca, una de las tres torres defensivas. Quedan dos. Hoy sala de exposiciones de las obras realizadas durante el curso anual de pintura que se realiza en verano en el pueblo. Vistas del pueblo. Ganan los cuadros de poca definición, ninguna en algún caso. La entrada a la torre sobrevuela tumbas, lápidas y túmulos de tierra. Inquietante vista. Allí abajo también hay espacio para caídos en la guerra civil. Hora de cenar. En terraza con vistas a la muralla que acaba iluminándose. Es el restaurante Casino. Bien y a buen precio. Buenas las croquetas de jamón y coronillas. Hay muchas estrellas, quizás cientos. Luz en la Alcazaba. Noche profunda y oscura.

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