Es
martes y la muralla sigue ahí, soleada y recortada contra un fondo azul.
Frescor de mañana. Desayuno con vistas. Hacemos el paseo fluvial, una de las
opciones recomendadas por la oficina de turismo para ver Albarracín desde otro
punto de vista. Pasarelas para salvar el río, caminos al lado de enormes rocas
y sendas paralelas al cauce que da sonido a la mañana. Vistas de la alcazaba a
vista de asedio imposible. Huertas y casuchas construidas para vivir en paz.
Después subimos a la muralla y a la torre del Andador. Tejados en la mirada.
Vistas diferentes. La subida es llevadera y merece la pena la visión. El
conjunto del pueblo se antoja reducido. Una vez de nuevo abajo esperamos que
empiece la visita guiada a la Catedral con paseo por el pueblo. Las golondrinas
se agitan revoltosas en torno a un nido. Empezamos con un audiovisual y charla
desde la balconada contigua al templo. Ajena a todo, ella, con rulos verdes,
tiende la ropa. La catedral es hermosa, en proceso de restauración durante un
tiempo, las obras se acaban ya porque se va a inaugurar de nuevo el ocho de
septiembre, coincidiendo con las fiestas patronales. Los bancos por poner. La
construcción actual data de 1572. En la capilla del bautismo aparece una pintura
mural que se descubrió en las sucesivas obras. Un descendimiento de finales del
XV, inconcluso ahora, pero que se antoja sería hermoso en su plenitud. Curiosa la
virgen dormida que nos cuentan solía ser sacada en procesión los quince de
agosto. Quizás la obra mas destacada sea el retablo de San Pedro en madera no policromada,
atribuido a Gabriel Yoly, escultor francés del XVI fallecido en Teruel en 1538.
Después paseamos por el pueblo, nos cuentan historias e historia. Casas con encanto,
torcidas, como la de la Julianeta. Mas visitas guiadas alrededor. La plaza
Mayor se llena de gente. Y nos enseñan que es un ajimez o ventana con celosía
para mirar quien viene o quien llama a nuestra puerta sin ser vistos. La visita
concluye, es mediodía, bajamos la rampa para tomar el coche. El que nos llevará
a Teruel. Entre medias un par de paradas para ver el acueducto romano de
Albarracín-Cella. El objetivo era llevar agua del río Guadalaviar hasta el
pueblo de Cella. Un total de 25 km. Paseamos un mínimo paseo por el surco
excavado en la tierra. Y después, en el barranco de los burros caminamos un
trecho excavado en la roca. Ventanas que se abren al exterior para la ventilación.
Es del siglo I d.C. Obras de otros tiempos, casi inconcebibles con los medios de
entonces. Llegamos a Teruel.
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