sábado, 30 de enero de 2016

correos



Un recuerdo del viejo edificio de Correos. Los leones, o sus cabezas, de grandes fauces y ojos abiertos. Nunca cerraron la boca, y lo tenían fácil. Atrapar presas nunca fue tan claro. Las cartas parecían resbalar. Yo imaginaba un tobogán gigante, y quizás alguien recibiendo al otro lado. Los leones nunca rugían, nunca dormían, siempre esperando a que un niño acompañado de su padre alcance su boca, o le ayuden y lo levanten y se vuelva a preguntar si es posible que algún día el animal dorado cierre la boca, por primera vez. Y le toque a él, que sólo está de paso, que deposita lo que su padre necesita. Cartas blancas o postales de colores. Letras que ya descansan en el interior de ese edificio al que sólo se accede subiendo escaleras. La melena descansa, el león en reposo, eterno, es de noche, y todos duermen, hasta ellos, con ojos abiertos.

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