sábado, 30 de enero de 2016

autobuses



La estación de autobuses de la calle Francia en fotos no parece la misma. Edificio gris, debería haber sido rehabilitado para guardar la memoria de tantos viajeros. Las historias de estaciones son tan numerosas como visitantes recibe. Los que se subían al coche de línea y los que se quedaban. Los que esperaban a la marcha y los que no. Cabezas apoyadas en cristal frío o cabezas que no quieren ver. Despedidas y bienvenidas, hola y adiós, largos de semanas o meses, o cortos, de días u horas. Pueblos que conectan con la capital y ésta que conecta con otro mundo. Un olor dentro y fuera, de gases de combustión, y ese olor peculiar de los autobuses en su interior. Antes se fumaba. Ahora sería insoportable. Las manos se quieren mover o no, a veces un gesto. Periódicos para acompañar y espera en andenes que se ennegrecen. Preguntas al conductor para asegurarse. Algunos llevan chaqueta de empresa. El bar siempre abierto. Recuerdo de croquetas. La estación se desplazó una calle y luego se marchó lejos. En su lugar arte. El edificio hubiera merecido algo más. Quizás vaguen sombras todavía. De esos que no querían marchar y no volvieron mas, de esos que hicieron un gesto, esbozaron quizás una mueca de sonrisa y luego lloraron sin más, escondidos tras los cristales.

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