Los tiempos corren, o pasan, y los nombres cambian. De
plaza España pasó a ser Nueva. Nunca podré acostumbrarme. Recuerdo coches
pasando. Antes de convertirla en lugar de juegos y de solaz para todos. Había bares,
ahora hay mas. Había una tienda de periódicos, el Globo. Ya no está, aquella donde
el escaparate dejaba volar la imaginación del niño que miraba. Mercados de
sellos y monedas en domingo. Una escalera, ya desaparecida, que comunicaba
Mateo de Moraza con la plaza. Para bajarla corriendo y subirla mas corriendo
aún. Los carritos de chuches, de cromos y de sobres de soldados y de maquetas
de plástico que simulaban barcos y aviones. Comerciantes que se hacían mayores
y se morían. El barquillero, con mil años, esparciendo esa mezcla amarilla en
la negra plancha. Sabía a gloria crujiente. Siempre hubo niños, ahora y
entonces. Pero entonces estaba yo, con espada al cinto, o con pistola. Disparando,
luchando, subiendo y bajando, jugando a ser mosquetero o caballero, vaquero o
policía. Jugando a ser bueno en un mundo de malos. A ganar al malo. A pillarle
y a que no te pillen. Horas de juegos. Dónde están. Horas de sueños. Se soñaron
y se olvidaron. Cuesta arriba hacia casa. Nada importaba.
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