sábado, 30 de enero de 2016

plaza españa



Los tiempos corren, o pasan, y los nombres cambian. De plaza España pasó a ser Nueva. Nunca podré acostumbrarme. Recuerdo coches pasando. Antes de convertirla en lugar de juegos y de solaz para todos. Había bares, ahora hay mas. Había una tienda de periódicos, el Globo. Ya no está, aquella donde el escaparate dejaba volar la imaginación del niño que miraba. Mercados de sellos y monedas en domingo. Una escalera, ya desaparecida, que comunicaba Mateo de Moraza con la plaza. Para bajarla corriendo y subirla mas corriendo aún. Los carritos de chuches, de cromos y de sobres de soldados y de maquetas de plástico que simulaban barcos y aviones. Comerciantes que se hacían mayores y se morían. El barquillero, con mil años, esparciendo esa mezcla amarilla en la negra plancha. Sabía a gloria crujiente. Siempre hubo niños, ahora y entonces. Pero entonces estaba yo, con espada al cinto, o con pistola. Disparando, luchando, subiendo y bajando, jugando a ser mosquetero o caballero, vaquero o policía. Jugando a ser bueno en un mundo de malos. A ganar al malo. A pillarle y a que no te pillen. Horas de juegos. Dónde están. Horas de sueños. Se soñaron y se olvidaron. Cuesta arriba hacia casa. Nada importaba.

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